Historia del arte · Mitología comparada · Psicología profunda · Simbología religiosa · Filosofía oculta

5 de noviembre de 2009

Fénix

Serie Bestiarum (Nº1).

énix. Ave mitológica del tamaño de un águila, de plumaje rojo, dorado, anaranjado, púrpura y amarillo incandescente, de fuerte pico y garras que poseía ciertos rasgos de faisán o de garza. Su mitología se origina en Medio Oriente, Arabia, el norte de África y la India, y afirma que el ave apareció en la India y se estableció en Etiopía y más tarde adoptó una ruta migratoria hacia Egipto atravesando Medio Oriente. Se le asocia con la Piedra Filosofal y con la figura de Cristo. Fue citado por Hesíodo por primera vez en el siglo VIII AEC. y más tarde descrito por el historiador griego Heródoto (484-425 a.C.) en sus Nueve Libros de la Historia.
Entre otros autores que citan a esta majestuosa ave se encuentran Tácito, Plinio el Viejo, Luciano, Ovidio, Séneca, Claudio Claudiano, Pablo de Tarso, el Papa Clemente I de Roma, Epifanio de Salamina y san Ambrosio.
De las culturas arcaicas, asentadas en las costas del Mar Mediterráneo, nos llegaron diversas versiones de la leyenda del Ave Fénix. Algunas variantes indican que resurge de sus cenizas cada milenio, otras, que lo hace cada quinientos años, pero todas lo asocian con el poder destructivo y renovador del Fuego y coinciden en que es de belleza incomparable y que periódicamente muere envuelta en llamas.
Plinio nos habla de que su especie consta de un único ejemplar, y Clemente I de Roma refiere que cuando había vivido quinientos años e intuyendo que su muerte se aproximaba, construía un nido con ramas de sándalo, roble y otras maderas y hierbas resinosas y aromáticas como canela, nardos, mirra y cardamomo, y luego, exponiéndose directamente al Sol, la pira ardía en llamas junto con el ave, y al cabo de tres días, renacía de sus propias cenizas:
Hay un ave, llamada fénix. Esta es la única de su especie, vive quinientos años; y cuando ha alcanzado la hora de su disolución y ha de morir, se hace un ataúd de incienso y mirra y otras especias, en el cual entra en la plenitud de su tiempo, y muere. Pero cuando la carne se descompone, es engendrada cierta larva, que se nutre de la humedad de la criatura muerta y le salen alas. Entonces, cuando ha crecido bastante, esta larva toma consigo el ataúd en que se hallan los huesos de su progenitor, y los lleva desde el país de Arabia al de Egipto, a un lugar llamado la Ciudad del Sol; y en pleno día, y a la vista de todos, volando hasta el altar del Sol, los deposita allí; y una vez hecho esto, emprende el regreso. Entonces los sacerdotes examinan los registros de los tiempos, y encuentran que ha venido cuando se han cumplido los quinientos años.
Clemente de Roma, Epístola a los Corintios, XXV.
Por ello, era denominado también como el Pájaro de la Resurrección, es símbolo del renacimiento, la regeneración, la esperanza, la purificación y la inmortalidad, como lo adoptó la tradición cristiana primitiva. Es emblema vivo de la Palingenesia registrada celosamente en el inconsciente colectivo de la humanidad y que comparte su principio básico con la Doctrina del Eterno Retorno, postulada por los estoicos.
La palabra Fénix deriva del latín, Phoenicopterus, y éste del griego Phoenix (Φοῖνιξ), que significa "alas rojas". Los persas lo llamaban Simurgh o Huma. En Japón existía un ser análogo conocido como Ho-oo, en el folclore eslavo era el Zhar-Ptitsa el "Pájaro de Fuego", que inmortalizaría musicalmente Igor Stravinsky. Los taoístas designan al fénix con el nombre de Ave de cinabrio por ser el cinabrio, un compuesto de azufre y mercurio (sulfuro de mercurio HgS), de un profundo y bello color rojo. No hace falta mencionar que estas dos sustancias opuestas son de suma importancia en el arte de la Alquimia.
En Egipto era llamado Bennu o Belu, deidad que se consideraba heredero o encarnación de Ra (dios Sol) y símbolo de Osiris. Su ciudad sagrada, donde se rendía culto de sus dones, era Heliópolis. En India era Garuda. Según las leyendas de los nativos americanos, existe un ave a la que llamaban Yel, Piasa, o "Pájaro de Trueno", que remataba el tótem y que guarda varias similitudes con el fénix del viejo mundo. También se identifica con la figura de Quetzalcóatl en Mesoamérica.
La cualidad esencial de este ser era la de "crearse a sí mismo", por ello representaba igualmente a Atón-Ra. La mitología egipcia afirma que este gran pájaro viajaba desde su hogar en Arabia o en Etiopía hasta su templo solar sagrado cada medio milenio, que es el promedio de años que cumplía desde su nacimiento hasta su deceso. Su llegada y partida determinaba los ciclos del tiempo, por ello Heliópolis llegó a ser el centro de regulación y legislación del calendario. También era un símbolo de las revoluciones solares y de los ciclos del Nilo. La iconografía egipcia suele representar al Fénix con una corona llamada atef, y su santuario fue bautizado con el nombre Hut-Benben (que significa "la casa del obelisco").
De acuerdo con las leyendas adoptadas por el cristianismo, el fénix habitaba en el Jardín del Edén y su nido estaba en un rosal. Cuando Adán y Eva fueron expulsados de ahí, de la espada de un querubín brotó una chispa que desató el incendio de su nido. Sin embargo, por ser el fénix el único ser que evitó comer del fruto prohibido, recibió el don de la inmortalidad. Desde entonces, fue capaz de renacer de sus propias cenizas. También se le atribuye otra habilidad: la de curar enfermedades o dolencias con sus lágrimas.
INRI
En el Evangelio de Juan 19:19-20 se describe que al ser crucificado Jesús-Cristo, Poncio Pilato ordenó que se colocara un letrero sobre la cruz con la siguiente inscripción en latín:
IESVS · NAZARENVS · REX · IVDÆORVM
Jesús de Nazareth, Rey de los Judíos
Las cuatro letras iniciales de esta inscripción forman el acrónimo INRI, pero existen "otras" interpretaciones esotéricas de este acrónimo, adoptadas por algunas escuelas de misterios rosacruces y masónicas, de las cuales la más destacable es la que reza:
IGNE · NATVRA · RENOVATVR · INTEGRA
Por el Fuego la Naturaleza se Renueva Completamente
Aunque no hay evidencia de que sea anterior al Evangelio, y por tanto, un símbolo de los antigos cultos paganos, este acrónimo corresponde muy bien a la anterior interpretación en cuanto al fuego como símbolo de la renovación del Cuerpo del Cristo, inmolado o sacrificado para luego renacer. El fuego, ese misterioso principio del que se sirve la Naturaleza en todas sus obras, produciéndolas, conservándolas y reformándolas, y apareciendo así, a veces como Creador, a veces como Conservador, y otras como Destructor.
Es un Fuego filosófico, que encarna la Divina Sabiduría, que actúa no sólo en la naturaleza material, sino también en la espiritual. Este Fuego es Indra, de aspecto celeste, que veneraban los antiguos arios también en su aspecto terrenal bajo la forma de Agni, quien fue entre los latinos el Ignis que enciende, y por lo tanto, se expresa en su propia víctima del auto-sacrificio:
¡Oh Agni! ¡Fuego Sagrado! ¡Fuego Purificador! Tú que duermes en el leño y subes en llamas brillantes sobre el altar, tú eres el corazón del sacrificio, el vuelo osado de la plegaria, la chispa escondida en todas las cosas y el alma gloriosa del Sol.
Himno védico.
Ese fuego que consume la naturaleza mortal y convierte en inmortal a quien sabe resistir su poder purificador y regenerador, es el Fuego Secreto, imprescindible en la Gran Obra del alquimista, y de cuya luz se sirve constantemente para revelar los estados de la Prima Materia, la Madre de la Piedra, y su calor para fatigarla, mortificarla, restaurarla y consolidar gradualmente su perfección, que en principio se encuentra en estado latente en todo ser; en todo cuanto existe.
Durante la Edad Media al Fénix se lo relacionó con el planeta Venus del cual se decía que era: "Guía del Sol"; "El que precede al Sol"; "Estrella de la Mañana"; "Lucero del Alba"; "Hijo de la Aurora"; "El Portador de la Luz"; Lucifer, con lo cual se cumple la sublime profecía de aquel que clama en el desierto:
Yo os bautizo con el Agua; pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo; a quien no soy digno de desatar la correa de sus sandalias; Él os bautizará con el Espíritu Santo y con el Fuego.
Lucas 3:16.
De acuerdo con el relato medieval de Parzival, escrito por el monje-guerrero y poeta alemán Wolfram von Eschenbach, una piedra llamada lapis exillis hace arder al Fénix, y a la cual le da además el nombre de un objeto sagrado que cura todas las enfermedades revitalizando y rejuveneciendo indefinidamente el cuerpo físico.
La fuerza mágica de la piedra hace arder al Fénix, que queda reducido a cenizas, aunque las cenizas le hacen renacer. Así cambia el Fénix su plumaje y resplandece después en sus mejores galas, siendo tan bello como antes. Por muy enfermo que esté alguien, si ve un día la piedra, no puede morir en la semana siguiente y mantiene toda su belleza. Quien en la flor de la vida, fuera doncella o varón, contemplara la piedra durante doscientos años, conservaría el mismo aspecto: sólo el cabello se le tornaría gris. La piedra proporciona a los seres humanos tal fuerza vital que su carne y sus huesos rejuvenecen al instante. Esta piedra se llama también el Grial.
El término lapis exillis se ha interpretado, principalmente, como «piedra pequeña», «piedra del cielo», «piedra de los sabios», «piedra del exilio» o «piedra de sílice». En el relato, Perceval describe este objeto como una piedra preciosa (quizás una esmeralda) que cayó de la corona o de la frente de Lucifer durante su lucha con el Arcángel Miguel y que fue traída a la Tierra por los ángeles donde su poder se neutralizó, y de la cual fue tallada la copa en la que José de Arimatea recogió la sangre de Jesús. Curiosamente, en 1247, el Patriarca de Jerusalén envió al rey Enrique III de Inglaterra un cáliz, que se tenía como Santo Grial, adornado con esmeraldas.

Además, la esmeralda se relaciona a menudo con la perla situada en la frente (corona) del dios Shiva, denominada Urna, que representa la omnisciencia y el conocimiento absoluto del Universo, en completa analogía con el chakra Ajna o Tercer Ojo; el ojo interno de la mente.

Los antiguos astrólogos vincularon al fénix con la revolución sideral porque creían que la concepción de un nuevo Ave Fénix señalaba el inicio de una nueva era para la humanidad. El Fénix, en astronomía, es la constelación austral, introducida en el siglo XVI, que está situada al sur de la Grulla y se le asoció también con el planeta Mercurio, símbolo de naturaleza "acuática".
El alquimista Michael Maier describe esta criatura con cuello de color púrpura, rodeado de un collar dorado, con su cabeza adornada con un penacho rutilante como el rubí, con alas blanquecinas en la parte delantera y rojizas por detrás. Maier señala también que este animal migra a Tebas cada diez siglos para morir, feliz de terminar sus días con la esperanza segura de resucitar.
Según la mitología egipcia del siglo XIII AEC., el primer dios era Belu (la "garza púrpura") cuyo graznido dio inicio al Tiempo. Belu era considerado como la deidad responsable de rescatar al mundo del Caos y la Oscuridad.
Por otra parte, la mitología griega afirma que la hermosura del canto del fénix fue capaz de hacer que Apolo (Febo), el dios Sol, detuviera su carroza para oírla, pero al reiniciar su viaje, las chispas de las patas de sus caballos prendieron fuego al nido y el fénix pereció en un incendio de perfume y apasionadas canciones. Después de tres días, un fénix renovado resurgiría de sus escombros para retornar al Paraíso.
De acuerdo con Heródoto, Plinio y Epifanio de Salamina, el fénix viajaba a Egipto cada quinientos años, para llevar el cadáver de su padre en la en la puerta del Templo del Sol de la ciudad de Heliópolis. Heródoto, al respecto escribió:
Aún hay allí otra ave sagrada cuyo nombre es fénix. Yo no la he visto sino en pintura. Raras son, en efecto, las veces que se deja ver, cada quinientos años según los de Heliópolis, y cuentan que sólo viene al Egipto cuando muere su padre. Si su tamaño y figura se parecen a su pintura, las plumas de las alas son en parte doradas, en parte de color de carmesí; es muy parecida al águila en contorno y tamaño. Tales son los prodigios que de ella nos cuentan, que aunque para mí poco dignos de fe, no omitiré referirlos. Para trasladar el cadáver de su padre desde la Arabia al templo del Sol, se vale de la siguiente maniobra: forma ante todo un huevo sólido de mirra, tan grande cuanto sus fuerzas alcancen para llevarlo, probando su peso después de formado para experimentar si es con ellas compatible; va después vaciándolo hasta abrir un hueco donde pueda encerrar el cadáver de su padre; el cual ajusta con otra porción de mirra y atesta de ella la concavidad, hasta que el peso del huevo preñado con el cadáver iguale al que cuando sólido tenía; cierra después la abertura, carga con su huevo, y lo lleva al templo del Sol en Egipto. He aquí, sea lo que fuere, lo que de aquel pájaro refieren.
Heródoto, Los Nueve Libros de la Historia Libro II, cap. LXXIII.
__________________
Bibliografía.

-Heródoto, Los Nueve Libros de la Historia.
-Wolfram von Eschenbach, Parzival. Siruela.
-Aldo Lavagnini, Manual del Caballero Rosacruz. Ed. Kier.
-J. Felipe ALonso, Diccionario Espasa. Ciencias Ocultas. Ed. Espasa.
-Édouard Schuré, Les Grands Initiés. (1889).

9 de octubre de 2009

Dedicatoria

ste es un espacio dedicado a todo aquel que busque un honesto despertar en su vida. Dedicado a quienes buscan superarse constantemente a sí mismos y que rehúsan la mediocridad. A aquellos que no temen decir la verdad y que declaran la guerra a la mentira.

A aquellos que posean un espíritu indómito que rompe fronteras y que quiebra dogmas, ese espíritu que se alza sobre la imposición, y que logra ver más allá de los confines de lo visible, alumbrado por la luz de la fe sin revocar las evidencias que ella pretende lograr con la luz de la razón. Pues bien la fe puede ser un medio, pero la verdad es el fin.

A quienes posean un espíritu que lucha siempre por su libertad, ese espíritu que anhela con humildad y paciencia, acercarse un poco más a la perfección.

A aquellos que admiran, contemplan y respetan la belleza de nuestro mundo y desean su preservación.

A aquellos que aman con todas sus fuerzas; con todo su cuerpo, con toda su mente y con todo su espíritu y que con este amor infinito ennoblecen y dignifican su propio ser.

A aquellos ingenuos que creen que todo es posible…

...que creen todavía en el hombre.
Rodericus

7 de agosto de 2009

Blancanieves y los siete metales

rase una vez una hermosa reina que cosía sentada junto a una ventana cuyo marco estaba hecho con madera de ébano. Era un frío día de invierno, y distraída por la belleza de los copos de nieve que caían como plumas blancas, la reina se picó el dedo con la aguja y tres gotas de sangre cayeron sobre la nieve. La reina contempló el contraste de la sangre roja sobre la nieve blanca y el marco negro de ébano y suspiró: "¡Cómo quisiera tener una niña con la piel tan blanca como la nieve, los labios rojos como la sangre y el cabello negro como la madera del ébano!"...

La Alquimia emplea un lenguaje propio cargado de símbolos, muchas veces poco claros, que hay que descifrar. Esta simbología alegórica se puede encontrar en mitos, leyendas, e incluso también, en relatos más o menos infantiles.

El cuento más famoso de los hermanos Grimm, Blancanieves (Schneewittchen), es uno de ellos.

Blancanieves es una narración arquetípica que se reitera a lo largo de la historia y la simbología religiosa, y cuyo tema central es el sendero del alma; su descenso desde las regiones celestes hasta las terrestres y su posterior ascenso, ya purificada y transmutada en un ser superior y perfecto.

El contenido esotérico, propiamente dicho, del relato de Blancanieves, se refiere a una realidad extremadamente seria: la iniciación, es decir, el tránsito gracias al artificio de una muerte y de una resurrección simbólicas desde la ignorancia y la inmadurez hacia la edad espiritual del adulto.

Blancanieves es una niña que, todavía en la pubertad, supera, en todos los aspectos, a su perversa madrastra, quien celosa, se esfuerza constantemente por terminar con la vida de su hijastra por ser "mil veces más bella".

Blancanieves es más bella que la reina porque ésta simboliza la belleza material, terrenal y perecedera, mientras que Blancanieves es la belleza espiritual eterna surgida bajo el influjo de la nieve, que "cae del Cielo". El espejo es el Gran Consultor: "Señora reina, eres como una estrella, pero Blancanieves es mil veces más bella". Esotéricamente, el espejo es el "Ojo que todo lo ve", un objeto de la clarividencia. Cuando se trata de autojuzgarse, se dice que "Hay que ponerlo frente al espejo". El espejo es la conciencia misma de la reina malvada, a quien le dice la verdad.

Y por la belleza superior de Blancanieves, su madrastra la somete a una serie de duras pruebas y tribulaciones que tienen el objetivo de matarla, pero que finalmente son superadas, y aunque malvada, se trata simplemente del instrumento del destino para que Blancanieves encuentre la felicidad.

Los siete enanos

Los enanos (en nórdico antiguo, dvergar) son criaturas del elemento tierra; amos del mundo telúrico, son trabajadores de las minas. También asociados a los gnomos o pigmeos, representan el espíritu de los minerales. En su Tratado de las Ninfas, Silfos, Pigmeos y Salamandras, Paracelso describe a estos obreros subterráneos que toman la forma de pequeños ancianos. Los siete enanos representan el aspecto de la materia mineral en sus siete prolongaciones, es decir, los siete metales. Cada enano tiene, además, el carácter del planeta que lo domina -Alegre es el Oro (Sol) ☉. Dormilón es la Plata (Luna) ☾. Tontín es el Azogue (Mercurio) ☿. Doc es el Estaño (Júpiter) ♃. Tímido es el Cobre (Venus) ♀. Gruñón es el Hierro (Marte) ♂. Estornudo es el Plomo (Saturno) ♄.[1] - Quizás J. R. R. Tolkien quiso expresar este mismo simbolismo en El Señor de los Anillos, al elegir precisamente siete enanos como los portadores de siete anillos forjados especialmente para ellos.

Prima Materia

Blancanieves es la Prima Materia. Su cabello es Negro, su piel es Blanca y sus labios son Rojos: colores indiscutibles de la Gran Obra. Estos colores indican las distintas fases por las que atraviesa el proceso alquímico. Los colores son inherentes a la Materia, en Blancanieves indican que son los estados por los que deberá pasar antes de alcanzar la felicidad, a su vez que simbolizan características como la pureza, por el blanco; el amor y la pasión, por el rojo y la muerte, por el negro.
  1. Nigredo. Es el color inicial del Régimen que indica la operación de la Putrefactio, la primera actuación del alquimista en el laboratorio. Se caracteriza por la oscuridad que preside y por el color negro que posee la materia, razón por la cual es representada por el cuervo. En el Negro se ocultan los otros dos colores. Es también la reducción a polvo de la materia en el mortero, la principal operación alquímica, la mortificación por la que los cuerpos mueren y se produce la división de las materias del compuesto, camino de la siguiente fase. La putrefacción se consigue gracias al mantenimiento constante de un calor muy suave sin que éste sufra graves alteraciones, pues de lo contrario se convertiría la materia en ceniza seca y todo el trabajo realizado se perdería.

  2. Albedo. El Magisterio al Blanco. Segundo color principal de la Obra y que sucede al Negro. Es representado por el cisne y marca el fin de la fija­ción. Color que sólo se manifiesta cuando se fija la ma­teria en la primera obra. Su elixir es el Elixir Blanco que convierte los metales en plata, verdadera Luna. Según Roger Bacon, aparece en la superficie del recipiente; es donde se esconde el Rojo. En la tierra blanca se debe sembrar la semilla del oro, es decir, su fermento, pues ha dicho el filósofo: "Blanquead la tierra negra antes de agregarle el fermento". Y otro ha dicho: "Sembrad vuestro oro en la tierra foliácea blanca... y ella os dará fruto centuplicado", después se debe seguir continuamente el proceso de cocción, sublimación, calcinación, imbibición y nuevamente cocción, hasta lograr que algún día la materia revele al fin su preciado color rojo.

  3. Rubedo. Color culminante de la Obra. Señala la obtención de la Piedra Filosofal que aparece tras el Blanco, hay que cocer seguido hasta que aparezca. Es descrito como un color rojo muy profundo y brillante como el de la sangre y el cinabrio. Entre el blanco y el rojo hay un cierto co­lor citrino (Citrinitas), luego aparece el Rey coronado con la diadema roja. Implica todo ello la resurreción de los cuerpos muertos, por eso ha dicho el filósofo: "Que aquellos que no saben matar y resucitar, abandonen el arte". Y en otro sitio: "Aquellos que saben matar y resucitar sacarán provecho de nuestra ciencia. Aquel que sepa hacer esas dos Cosas será el Príncipe del Arte". Es el Fénix, que renace de sus propias cenizas mortificadas, el Elixir Rojo, que convierte los metales en verdadero Sol; un oro mil veces más puro que el que se encuentra en la tierra y en el agua.
Los siete metales en correspondencia con los siete planetas

Transmutación

La madrastra visita a Blancanieves tres veces y ésta no la reconoce; le ofrece primero un lazo que la deja sin respiración, luego una peineta envenenada, y por último una manzana envenenada. En los dos primeros casos los enanos llegan y logran salvarla, pero no sucede lo mismo en el tercero, donde la niña sucumbe ante el veneno de la manzana.

La manzana bien puede representar aquel fruto prohibido del Génesis, efigie de la tentación e incluso de la discordia. Quizás no sea coincidencia que 'manzana' en latín se traduzca como malum, palabra homógrafa usada también en este idioma para designar 'mal'; 'desgracia'; 'calamidad'. En el Génesis, este fruto (pomum) proviene del Árbol del Conocimiento en el que habita la Serpiente del Paraíso quien persuade a Adán y a Eva para tomarlo diciendo que si comen de él "serán como dioses" (Génesis 3:5).

Y tal como Robert Ambelain escribe en Dans l’ombre des cathédrales: "la manzana, incluso en nuestros días, es para las escuelas iniciáticas el símbolo del conocimiento, ya que al cortarla en dos (en el sentido perpendicular al eje del pedúnculo) hallamos dentro un pentagrama, símbolo tradicional del saber..." y, por lo tanto, contiene el número áureo.

Pero el color de la manzana nos indica ya su identidad: es el agente rojo que le dará su fuerza final a la Materia y su verdadera razón de ser. Sin el veneno mortal que contiene, la Materia no podría convertirse en Elixir Rojo, fuente de la vida y de la inmortalidad.

Luego, al morir Blancanieves, es puesta dentro de una urna de cristal, que nos recuerda al Crisol, sagrado recipiente de vidrio en forma de huevo en el que la Prima Materia sufre sus diversas transformaciones y pasa a través de sus tres fases: nigredo, albedo y rubedo. Ahí permanece "como si estuviera muerta", hasta que llega el Príncipe y la revive con un beso. Se reitera el tema de la "salvación por el amor", amor que todo lo vence. El Príncipe es el Azufre de los Filósofos con el que Blancanieves se casa. Este casamiento final alude a las "Bodas químicas", la unión del Fuego y el Agua; el Macho y la Hembra; el Hermano y la Hermana; la Coincidentia Oppositorum; la coniunctio entre el Azufre y el Mercurio para dar nacimiento al Rebis Hermafrodita.
Coniunctio.
Arnau de Vilanova, Rosarium Philosophorum.
Los símbolos del Rey y la Reina que se hacen uno solo representan la consecución de la Piedra Filosofal, la unidad final y la victoria definitiva sobre la muerte y la oscuridad.

La triple muerte y resurrección de Blancanieves cumple con el proceso iniciático de la vida y tiene un paralelismo con las tres caídas en el Vía crucis del Cristo, y los tres días antes de su resurreción. Sobre el aspecto iniciático, Mircea Eliade dice: "Lo que es llamado iniciación coexiste con la condición humana, que toda existencia está constituida por una serie ininterrumpida de «pruebas», de «muertes» y de «resurrecciones», cualesquiera que sean los términos de que se sirva el lenguaje moderno para traducir estas experiencias", experiencias que reafirman el último significado religioso y sagrado de la vida y la posibilidad real de un final feliz.
_____________________
Bibliografía:


-Jacob & Wilhelm Grimm, Schneewittchen.
-Mircea Eliade, Mito y Realidad.
-N. J. Girardot, Initiation and Meaning in the Tale of Snow White and the Seven Dwarfs, The Journal of American Folklore 90 No. 357 (July-September 1977).
-Robert Ambelain,
Dans l’ombre des cathédrales.
-Paracelso, Liber de nymphis, sylphis, pygmæis et salamdris, et de cæteribues spiritibus (Tratado de las Ninfas, Silfos, Pigmeos y Salamandras). 1566. Obelisco.
-Albertus Magnus, Compositum de compositis.

Notas.

[1] ↑ N. del A. En la historia original no se mencionan los nombres de los enanos. Aquí se aluden a los nombres en español dados por Walter E. Disney en su largometraje animado de 1937 para identificar su personalidad (Sneezy, Sleepy, Dopey, Doc, Happy, Bashful, Grumpy).

9 de julio de 2009

La Danza de Shiva

l Universo, tú, yo, no somos parte sino de una monstruosa ilusión generada por Brahman, mientras su colega Shiva danza.

Lo que es, no es. La única realidad es Brahman-Atman, el Macrocosmos y el Microcosmos, un solo y único Ser. El mundo no existe sino vagamente, a modo de un sueño, una realidad virtual. Todos somos espectros de la mente de Brahman y, al igual que todos los dioses, finalmente seremos absorbidos por el Uno, el Todo. El influjo de Māyā nos hace ver el mundo fragmentado, fragmentos que son ilusiones para la mente.

Toda la vida es parte de un gran proceso rítmico de creación y destrucción, de muerte y renacimiento, y la Danza de Shiva simboliza este eterno ritmo de vida y muerte que continúa en ciclos sin fin. Ananda K. Coomaraswamy explica:
En la noche de Brahman, la Naturaleza está inerte, y no puede danzar hasta que Shiva lo desea: Él sale de su éxtasis y danzando envía a través de la materia inerte ondas pulsantes de sonido despertador, y ¡Ya!, la materia también comienza a danzar, apareciendo como un círculo de gloria a su alrededor. Con su danza, sostiene sus múltiples fenómenos. Cuando el tiempo se completa, todavía danzando, él destruye todas las formas y nombres mediante el fuego y confiere un nuevo descanso. Esto es poesía, pero no por ello deja de ser ciencia.
Las dos formas de la Danza de Shiva son la danza de la creación (Ananda Tandava) y la de la destrucción (Rudra Tandava). Esta danza también simboliza el cambio constante e inherente del Universo y el ritmo diario de nacimiento y muerte, considerado en el misticismo hindú, como la base de toda la existencia.

Al mismo tiempo, Shiva nos recuerda que las múltiples formas son māyā, no fundamentales, ilusorias y siempre mutables, mientras continúa creándolas y disolviéndolas en el incesante flujo de su danza. En palabras del indólogo Heinrich Zimmer:
Sus gestos espontáneos y llenos de gracia precipitan la ilusión cósmica; sus brazos y piernas al viento y su torso balanceándose producen, y son en sí mismos, la continua creación y destrucción del Universo, con la muerte equilibrando al nacimiento, la aniquilación equilibrando a toda creación.
Los artistas hindúes de los siglos X y XI representaron la Danza Cósmica de Shiva en magníficas esculturas danzantes de bronce, con cuatro brazos cuyos gestos equilibrados y dinámicos expresan el ritmo y la unidad de la vida. Los diversos significados de esta danza son transmitidos mediante los detalles de las figuras en una compleja alegoría pictórica.
Nataraja. Shiva, el Señor de la Danza Cósmica.
Desde su antebrazo inferior derecho se desenrrolla una cobra. La Luna Creciente (nacimiento y crecimiento) y un cráneo (muerte) posan sobre su tocado; también tiene en él una flor de estramonio, planta con la que se prepara un veneno. La mano superior derecha de Shiva, en un mudra conocido como damaru-hasta, sostiene un tambor, llamado damaru, que simboliza el sonido que marca el ritmo espacio-temporal y la primera actividad de Shiva llamada Sristi, es decir, la creación. La mano superior izquierda sostiene una llama, que es la energía que impulsa al mundo y que acabará por devorarlo, es el fuego (Agni), el elemento de la destrucción (tercera actividad: Samhara), pero también de la renovación. El equilibrio de las dos manos representa el dinámico equilibrio entre la creación y la destrucción del mundo, equilibrio que se ve acentuado por la expresión serena e imparcial del rostro del danzante: ni placer, ni dolor, en el centro de las dos manos y donde la polaridad de la creación y la destrucción es disuelta y trascendida. Su diestra inferior está alzada en el mudra llamado abhaya que significa "no temáis", y simboliza conservación (Sthiti, la segunda actividad), protección y paz a aquellos que siguen los caminos de la rectitud del Dharma. La siniestra inferior apunta a su pie izquierdo alzado y está en la "posición del elefante" (el elefante es el que abre los caminos a través de la "selva del mundo", es decir, el guía divino) símbolo de la liberación (Anugraha, la quinta y última actividad) del encanto de Māyā; la Gran Ilusión, que engaña a los profanos; los dormidos, con la apariencia de que el mundo es real.

El arete derecho de Shiva es de hombre, el izquierdo es de mujer, porque el dios incluye y está por encima de las parejas de contrarios creadas por el mundo sublunar. Los mechones de cabellos revueltos representan el pelo desarreglado del yogui hindú, que ahora se revuelven en la danza de la vida. Los brazaletes de Shiva, los aros de sus brazos, tobillos y el cordón brahmínico son serpientes vivas. En sus cabellos está escondida una pequeña imagen de la diosa Ganga, porque él es quien recibe en su cabeza el choque del descendimiento del divino río Ganges desde los cielos, y quien permite que las aguas que dan vida y salvación corran suavemente a la Tierra para refrescar física y espiritualmente a los hombres

El aro ígneo a su alrededor es el Universo manifestado a partir de la Gran Explosión Primigenia, además de representar a la naturaleza circular o cíclica del tiempo. La serpiente en su cintura es Kundalini, la energía sexual y creadora. La pequeña figura que es aplastada por el pie derecho de Shiva (que representa la cuarta actividad llamada Tirobhava, la encarnación) es el demonio Avidya, o Apasmara, la Ignorancia, misma que debe ser derrotada antes de alcanzar la liberación.

La Danza de Shiva, dice Coomaraswamy, es "la más clara imagen de la actividad de Dios, de la que cualquier arte y religión pueda presumir". Como el dios es una personificación de Brahman, su actividad es la actividad de la miríada de manifestaciones de Brahman en el mundo. La Danza de Shiva es la Danza del Universo; el incesante flujo de energía que pasa por una infinita variedad de modelos que se funden unos con otros.

La Física moderna ha demostrado que la materia, en realidad, no existe al menos en la forma en que creíamos, sino que más allá de su apariencia sólida y de reposo, está compuesta por ondas electromagnéticas y partículas de energía que vibran y se mueven constantemente. Tanto el movimiento, como el ritmo, son propiedades esenciales de la materia y el Universo; toda la materia en el Universo está en una danza cósmica continua, al ritmo de la "Música de Dios". También se ha demostrado que el ritmo de creación y destrucción no sólo se manifiesta en la sucesión de las estaciones, el movimiento aparente del Sol, las fases lunares y en el nacimiento y muerte de los seres vivos, sino que es también la esencia de la materia inorgánica. Según la teoría cuántica del campo, todas las interacciones entre los componentes de la materia tienen lugar a través de la emisión y absorción de partículas virtuales. La física moderna revela que toda partícula subatómica no sólo realiza una danza de energía, sino que al mismo tiempo es en sí misma una danza de energía, un proceso pulsante de creación y destrucción.

Los esquemas de esta danza constituyen un aspecto esencial de la naturaleza de cada partícula y determinan muchas de sus propiedades. Por ejemplo, la energía utilizada en la emisión y absorción de partículas es equivalente a una cierta cantidad de masa que contribuye a la masa de la partícula que autointeractúa. Partículas diferentes desarrollan modelos distintos en su danza, requiriendo diferentes cantidades de energía y esa es la razón de que tengan diferentes masas. Las partículas virtuales, finalmente, no son sólo una parte esencial de las interacciones llevadas a cabo por todas las partículas y de las propiedades de la mayor parte de ellas, sino que también son creadas y destruidas por el vacío. Así, no sólo la materia, sino también el vacío participan en la danza cósmica, creando y destruyendo sin fin los modelos de energía.

Para los físicos modernos, entonces, la Danza de Shiva es la danza de la materia subatómica. Al igual que en la mitología hindú, se trata de una danza continua de creación y destrucción que involucra a todo el Cosmos. Es la base de toda la existencia y de todos los fenómenos naturales.

Hace ya cientos de años que los hindúes plasmaron sus ideas de Shiva danzando en hermosas esculturas de bronce. Actualmente, los científicos utilizan la tecnología más avanzada para fotografiar los modelos de esta Danza Cósmica. El Gran colisionador de hadrones (LHC por sus siglas en inglés) forma parte de esta tecnología. Denominado como "La Máquina de Dios", el acelerador de partículas más grande y poderoso del mundo, que mide 27 km de circunferencia, promete recrear el instante posterior al Big Bang y se espera que este instrumento permita confirmar la existencia de la partícula primordial que recibe el nombre de bosón de Higgs, o, como a veces se le conoce, "la Partícula de Dios".

A la entrada del laboratorio que sustenta esta gigantesca máquina circular (semejante al aro ígeno de Shiva), el CERN (Organización Europea de Investigaciones Nucleares), ubicado entre la frontera de Francia y Suiza, se colocó una de estas esculturas de Nataraja como símbolo del proyecto. A sus pies se instaló una placa que explica la conexión entre la imagen de la Danza de Shiva y la "danza" de las partículas subatómicas.

La metáfora de la Danza Cósmica, de este modo, unifica a la antigua religión con la ciencia moderna. Realmente, como dijo Coomaraswamy: "es poesía pero no por ello deja de ser ciencia".

Aum Namah Shivaya.

Doctrina del Eterno Retorno

Según el gran historiador de las religiones, Mircea Eliade, "todas las culturas antiguas intuyeron un desenvolvimiento de la "historia" en un tiempo cíclico que se regenera periódicamente ad infinitum. Sus tradiciones narran en mitos, las sucesivas Eras o Edades, encontrándose siempre la "Edad de oro" al principio del ciclo, cerca del illud tempus paradigmático y la cual es posible recuperar", a través del mito y de su representación, es decir, el rito.

En la tradición hindú, dice Eliade, el mito de la repetición eterna encontró su forma más audaz. La creencia en la destrucción y la creación periódica del Universo se encuentra ya en el Atharva Veda (X, 8, 39-40). Se conservan ideas similares en la tradición nórdica, como en la idea de la conflagración universal, conocida como Ragnarök, seguida de una nueva creación, lo que confirma la estructura indoaria de ese mito, y la cual puede, por consiguiente, ser considerada como una de las numerosas variantes de ese arquetipo. Las eventuales influencias orientales sobre la mitología germánica no atentan necesariamente contra la autenticidad y el carácter autóctono del mito del Ragnarök.

Sin embargo, la especulación hindú amplía y combina los ritmos que ordenan la periodicidad de las creaciones y de las destrucciones cósmicas. La unidad de medida del ciclo más pequeño es el yuga, "edad". Un yuga va precedido y seguido por una "aurora" y por un "crepúsculo" que enlazan las edades entre sí. Estos períodos de transición (amsha) al comienzo y al final de cada edad duran una décima parte de la duración total de la edad. Un ciclo completo o mahayuga se compone de cuatro "edades" de duración desigual, de las cuales la más larga aparece al principio del ciclo y la más corta al final, con una proporción respectivamente de 4, 3, 2 y 1. Así la primera edad, la Krita-yuga, dura 4.000 años divinos, más 400 años divinos de "aurora" y otros 400 de "crepúsculo", en total equivaldrían a unos 24.195 años solares; le siguen Treta-yuga, de 3.000 años divinos, más 300 de aurora y 300 de crepúsculo (18.146 años solares), Dvapara-yuga, de 2.000 años divinos, más 200 de aurora y 200 de crepúsculo (12.097 años solares) y Kali-yuga, de 1.000 años divinos, más 100 de aurora y 100 de crepúsculo (6.048,62 años solares). Por consiguiente, un mahayuga dura 12.000 años divinos.

Los indoarios simbolizaban la transición de estas edades con el toro del Dharma, que representa el orden y la moralidad. Durante el Krita Yuga, se alzaba sobre sus cuatro patas, mientras que en el Treta Yuga sólo se sostendría sobre tres, en el Dvapara Yuga sobre dos y en el Kali Yuga sobre una, lo cual corresponde con la duración relativa de 4, 3, 2, 1 de los ciclos (treta significa "tres", y dva, "dos").

Según el calendario tradicional hindú todavía en uso, el Kali Yuga comienza en el 3.102 antes de nuestra era. Si aceptamos este dato para el comienzo del Kali Yuga, obtenemos el calendario siguiente:

Alba del Krita Yuga: 58.042 AEC

Alba del Treta Yuga: 33.848 AEC

Alba del Dvapara Yuga: 15.703 AEC

Alba del Kali Yuga: 3.606 AEC

Kali Yuga: 3.102 AEC

Medio del Kali Yuga: 582 AEC

Comienzo del Crepúsculo: 1.939 EC

Final del Crepúsculo del Kali Yuga: 2.442 EC

El crepúsculo del Kali Yuga habría comenzado por lo tanto en el año 1939 de nuestra era, en el mes de Mayo. La catástrofe final tendrá lugar durante este crepúsculo. Los últimos vestigios de la humanidad actual habrán desaparecido en 2442. Partiendo de estos datos y remontando hacia atrás nos encontramos con que la primera humanidad habría comenzado en el año 419.964 antes de nuestra era, la segunda en el 359.477, la tercera en el 298.990, la cuarta en el 238.503, la quinta en 178.016, la sexta en el 118.529 y la séptima en el 58.042.

La primera edad, el Krita Yuga o Satya Yuga ("Era de la Verdad"), es la era de la realización y de la sabiduría. Una era en la que el hombre vivía en armonía con el Recto Orden del Cosmos y que el calendario hinduista indoeuropeo sitúa en el período Paleolítico cazador-recolector. Corresponde a la Edad de Oro de Hesíodo. Con su amanecer y su crepúsculo, dura 24.194 años.

Las escrituras hindúes hablan del Krita Yuga como una época consagrada a la meditación y a la virtud, y en la que no se concibe la traición ni la maldad. Así, según el Mahabharata, en esta era, todo lo que necesitaban los hombres "era obtenido por el poder de la voluntad", y no existía la enfermedad, la vejez, el odio, la vanidad o la tristeza, con lo cual se está hablando de una época en la que el ser humano era perfecto.

Después viene el Treta Yuga, es decir "la Era de los Tres Fuegos Rituales", la era de los ritos y también del hogar, es decir de la civilización sedentaria, agrícola y urbana. Su duración, con su alba y su crepúsculo, es en total de 18.145 años.

La tercera edad, el Dvapara Yuga o "Edad de la Duda", ve nacer las religiones y las filosofías contestatarias. El hombre pierde el sentido de la realidad divina del mundo y se aleja de la Ley Natural. El Dvapara Yuga dura 12.097 años.

Llega finalmente la cuarta edad o "Edad de los Conflictos" o "de las Tinieblas", el Kali Yuga, en la que estamos actualmente. Dura 6.048 años. Desembocará en la destrucción casi total de la humanidad actual.

A las disminuciones progresivas de la duración de cada nuevo yuga corresponde en el plano humano una disminución de la duración de la vida, acompañada de un relajamiento de las costumbres y de una declinación de la inteligencia[1][2][3]. Esta decadencia continúa en todos los planos —biológicos, genéticos, intelectuales, espirituales, éticos, sociales, etc. acompañada de un progreso material y grandes avances tecnológicos (la materia viva se va atrofiando y degradando, mientras que la materia muerta evoluciona a pasos acelerados)— y alcanza un relieve más destacado en los textos puránicos.

El pasaje de un yuga al otro se produce, como hemos visto, en el curso de un "crepúsculo" que señala un decrescendo aún en el interior de cada yuga, terminando cada uno por una etapa de tinieblas. A medida que nos acercamos al final del ciclo, es decir al cuarto y último yuga, las "tinieblas" se espesan. El último yuga, aquel en que nos encontramos actualmente, se llama, por lo demás, la "Edad de las Tinieblas" (o de Hierro), Kali Yuga. El ciclo completo termina por una "disolución", un pralaya, que se repite de manera más radical (mahapralaya, la "gran disolución") al final del milésimo ciclo. En la mentalidad de nuestros antepasados, las primeras edades fueron tiempos de justicia, armonía, belleza y sabiduría, que poco a poco se fueron corrompiendo hasta dar lugar a tiempos de degeneración, de traición, de conflictos, de violencia, de deshonor, de olvido de los dioses y de los ritos, de maldad, de materialismo, de libertinaje, de destrucción de la identidad racial y cultural de todos los pueblos y de alejamiento de la Naturaleza y de sus leyes.

H. Jacobi cree con razón que, en la doctrina original, un yuga equivalía a un ciclo completo, comprendiendo el nacimiento, el "desgaste" y la destrucción del Universo. Semejante doctrina se acerca más al mito arquetípico, de estructura lunar, que estudia Eliade en su Traite d’Histoire des Religions. La especulación ulterior no hace sino ampliar y reproducir hasta lo infinito el ritmo primordial de creación-destrucción-creación, proyectando la unidad de medida, el yuga, en ciclos cada vez más vastos. Los 12.000 años de un mahayuga han sido considerados como "años divinos", durando cada uno de éstos 360 años, lo que da un total de 4.320.000 años para un solo ciclo cósmico. 71 mahayugas hacen un manvantara. Un millar de mahayugas o bien 14 manvantaras constituyen un kalpa. Un kalpa equivale a un día de la vida de Brahma; otro kalpa a una noche. 30 kalpas hacen un "mes de Brahma". 12 meses de Brahma (360 kalpas) hacen un "año de Brahma". Cien de esos "años" de Brahma constituyen su vida. Pero esa duración considerable de la vida de Brahma no llega siquiera a agotar el tiempo, pues los dioses no son eternos y las creaciones y destrucciones cósmicas prosiguen ad infinitum.[4]
Ouroboros, símbolo del Infinito y el tiempo cíclico del Universo; el Fin es el Principio
Lo que conviene recordar de ese alud de números es el carácter cíclico del tiempo cósmico. De hecho asistimos a la repetición infinita del mismo fenómeno (creación-destrucción-creación nueva) presentido por cada yuga (aurora y crepúsculo) pero completamente realizado por un mahayuga. La vida de Brahma comprende así, 2.560.000 de esos mahayuga, cada uno de los cuales recorre las mismas etapas (krita, treta, dvapara, kali) y termina con un pralaya, un ragnarök, la destrucción "definitiva", en el sentido de una regresión de todas las formas a una masa amorfa, que se produce al final de cada kalpa en el momento de mahapralaya. Además de la depreciación metafísica de la historia que, en proporción y por el solo hecho de su duración, provoca una erosión de todas las formas, y agota la substancia ontológica de éstas, y del mito de la perfección de los comienzos (mito del paraíso que se pierde gradualmente, por la simple causa de que se realiza, toma forma y dura), lo que merece ocupar nuestra atención en esa orgía de cifras es la eterna repetición del ritmo fundamental del Cosmos: su destrucción y su recreación periódicas. El hombre no puede apartarse de ese ciclo sin principios ni fin más que con un acto de libertad espiritual, pues todas las soluciones soteriológicas hindúes se limitan a la liberación previa de la ilusión cósmica y a la libertad espiritual.

En un sentido cosmológico de acuerdo a las observaciones empíricas del Big Bang, cada vez que Shiva crea el Universo con su danza, éste se expande durante cincuenta mil millones de años, luego se contrae durante otros cincuenta mil millones de años y finalmente es absorbido por un agujero negro, o bien colapsado sobre sí mismo, en el llamado Big Crunch para, finalmente, volver a empezar otro Universo. El consenso de los científicos contemporáneos sobre la edad del Universo es de trece mil seiscientos millones de años.

El número 5, entraña un profundo misterio sobre cómo se constituye y organiza la materia en las leyes físicas y biológicas. Cinco son los sólidos platónicos o ideales de los que derivan todas las formas existentes. En la filosofía hindú los cinco sentidos u órdenes de sensación son llamados tanmatras mismos que se relacionan con los cinco tattvas (elementos). También cinco son las actividades que Shiva realiza en su Danza Cósmica: 1. Sristi (creación); 2. Sthiti (preservación); 3. Samhara (destrucción); 4. Tirobhava (encarnación); y 5. Anugraha (liberación).

Después de cinco universos, creados y destruidos, el ciclo se repite, y en la sexta encarnación, el Atman vuelve al primer universo y al primer cuerpo físico.

Esto pasa de igual modo en una extraña serie numérica y cíclica que sigue cierto algoritmo. Para formarla, se toman dos números reales positivos cualesquiera. Por ejemplo, el 4 y el 8.

Para obtener el tercer número de esa serie (4, 8...), se suma 1 al segundo elemento, es decir, 8 + 1 = 9. Después, el 9 se divide entre el primer número (4) lo que da como resultado: 2.25.

Para obtener el cuarto número de la serie se repite la operación, esta vez con el tercero y el segundo: 2.25 + 1 = 3.25 ÷ 8 = 0.40625.

El quinto número, siguiendo exactamente el mismo patrón, sería: 0.625.

Entonces la serie final queda de la siguiente manera:
4, 8, 2.25, 0.40625, 0.625...

Uno podría pensar que si se sigue aplicando el algoritmo sólo se obtendrán nuevos números tan horribles como los anteriores. A medida que se busca el siguiente elemento de la serie, aparecen más números imperfectos y fragmentados.
Veamos:
0.625 + 1 = 1.625 ÷ 0.40625 = 4

Así, después de cinco ciclos, la serie retorna a su estado inicial, consolidando aritmológicamente la Apocatástasis, el retorno a los orígenes.
__________________
Bibliografía.

-Ananda K. Coomaraswamy, The Dance of Shiva.
-Fritjof Capra, The Tao of Physics. Sirio.
-Heinrich Zimmer, Myths and Symbols in Indian Art and Civilization.
-Mircea Eliade, El Mito del Eterno Retorno.
-Martin Gardner, The Magic Numbers of Dr. Matrix. Gedisa.
-Joseph Campbell, The Hero with a Thousand Faces. p. 21. Fondo de Cultura Económica.

-El destino del mundo según los indo-arios.

Notas.

[1]La humanidad va perdiendo capacidad intelectual, según genetistas.

[2]Estudio: Los seres humanos son cada vez más tontos.
[3]Human intelligence 'peaked thousands of years ago and we've been on an intellectual and emotional decline ever since'.
[4] ↑ Otros sistemas de cálculos amplían, en proporción mucho mayor, las duraciones correspondientes.

2 de julio de 2009

Hermes, el mensajero de los dioses

Por Enrica Perucchietti, publicado en Año Cero. Año XVII Nº 03.

Hermes Trismegisto es una figura mitológica compleja que presenta el aspecto de un superhombre divinizado a quien incluso se ha atribuido una obra clave de la tradición esotérica occidental. Síntesis del Thot egipcio, el Hermes griego y el Mercurio romano, es el arquetipo del Conocimiento, el Verbo divino encarnado en ser humano.
Hermes con sus atributos. Basilius Valentinus, Duodecim Claves
l nombre de Hermes evoca la mitología, pero también la filosofía, la religión, el esoterismo, la literatura y el arte. Su imagen no es sólo la del mensajero alado de los dioses del Olimpo, sino también la de la deidad de la Sabiduría, que ejerce como mediador entre los hombres y la esfera sobrenatural, asumiendo distintas funciones: padre de la Alquimia y patrón de los intérpretes de los textos sagrados, pero también de los ladrones, los tramposos y los comerciantes.

Por otro lado, aparece como poseedor de una ciencia secreta y psicopompo, que guía las almas de los difuntos. Por lo tanto, es un personaje complejo y ambiguo: una figura mítica extraordinaria, a la que se atribuye la autoría de obras literarias y filosóficas.

La evolución de la figura de Hermes-Mercurio ☿ responde al pensamiento filosófico antiguo, siempre atento a las correspondencias entre los distintos planos o niveles de realidad. Por ejemplo, no es casual que le veamos como el protector de los viajeros, ya que él mismo es «el eterno vagabundo», como lo define el estudioso Károly Kerényi. Y esta versatilidad y movilidad están relacionadas con la fugacidad de su correspondencia astral. Como cuerpo celeste, Mercurio es uno de los planetas más difícilmente observables. Al permanecer constantemente en las proximidades del Sol, sólo se le puede ver en el crepúsculo o con el cielo ligeramente nublado. Su naturaleza mutable se halla en la base de las características simbólicas del propio dios: ambigüedad, volubilidad, elocuencia, destreza e inestabilidad.

Desde Virgilio a Bocaccio, lo vemos como el «Señor de los vientos». Botticelli lo representó dirigiendo a las nubes en su obra maestra La primavera, pero también como el guía de las Gracias, evocando un complejo conjunto de significados herméticos. Según la historiadora y prestigiosa especialista en hermetismo Frances A. Yates, La primavera es un auténtico talismán, «una imagen del mundo elaborada para transmitir, a quien la contempla, influjos saludables, vivificantes y antisaturnianos. Es la traducción o equivalente visual, en el Renacimiento europeo, de la magia natural de Ficino».

Los múltiples y cambiantes aspectos de Hermes encuentran un denominador común en dos características fundamentales: la primera es su función de guía y la segunda se refiere al dominio del lenguaje y de la interpretación, relacionada no sólo con la hermenéutica (el arte de descifrar textos), sino también con la habilidad para el engaño. Por eso, Platón afirma en Cratilo: «El nombre de Hermes se asocia con la palabra, con el discurso; él es intérprete y mensajero, aquel que roba con destreza, que engaña con discursos, que negocia en los mercados; en resumen, el maestro de todas las actividades basadas en la palabra».

De la leyenda a la historia

El mito ha destacado el rostro lunar de Hermes, conectado con el lado crepuscular del planeta Mercurio. Bajo este aspecto es «el hijo de la oscuridad», que se opone al Prometeo solar. Si Hermes representa a la Sofía gnóstica (sabiduría), Prometeo simboliza la tecne (técnica). Pero estos opuestos se complementan. Prometeo enseña al hombre el uso del fuego, o la capacidad metalúrgica de modificar la materia (el lado práctico de la alquimia y la función del hombre como Homo faber), mientras que Hermes le desvela el mundo oculto y espiritual que trasciende al material, a través de la dimensión mística de la misma alquimia.

En la mitología griega, aparece como hijo de Zeus y Maya, la más joven de las Pléyades. Los relatos sobre su infancia describen cómo logró engañar y robar una manada de bueyes a Apolo, cómo inventó la lira valiéndose de un caparazón de tortuga, y también cómo, obtenido el perdón de Apolo a cambio de dicho instrumento musical, aprendió de éste el arte de la adivinación, convirtiéndose así en el mensajero de Zeus. En el resto de las leyendas aparece como heraldo de los dioses, ejecutor de la voluntad divina o protector de los héroes.

El nombre de Hermes fue asignado por los griegos al egipcio Thot, el divino escriba de los dioses, mago y depositario de la sabiduría arcana, que ayudó a Isis a resucitar a Osiris. Y la fusión de Hermes con Thot dio a luz la figura de Hermes Trimegisto, el «Tres veces grande» de los latinos, que lo asimilaron también al Mercurio romano.

En su De natura deorum (Sobre la naturaleza de los dioses), Cicerón sostiene que existieron cinco Mercurios y que el último de ellos, desterrado al país del Nilo después de haber matado a Argos, «dio a los egipcios leyes y letras» y tomó el nombre de Thot. La asimilación de éste con Hermes se hace oficial en el siglo III a.C. y es confirmada por un decreto de los sacerdotes en el año 196 a.C. Después de este decreto, los autores judíos identificaron a Thot-Hermes con Moisés, dando lugar a una tradición que se mantendría viva en Europa hasta el Renacimiento.

Thot-Hermes habría enseñado a los egipcios «a navegar, a levantar piedras con grúas, a fabricar armas, bombas de desagüe y máquinas de guerra». A esta lista hay que añadir la enseñanza de la filosofía y de la astronomía. Ecateo de Abdera lo calificó de «secretario de Osiris» y le atribuyó la invención de la escritura, la astronomía, la música, la lira de tres cuerdas y el arte de la interpretación. A su vez, la identificación-fusión de Hermes con Thot, y la consiguiente atribución a Hermes Trimegisto de una vasta literatura de astrología, ciencias ocultas y filosofía gnóstica se remonta a Evemero (siglo III AEC.), para quien los personajes mitológicos habían sido seres humanos divinizados después de su muerte por la grandeza de sus actos heroicos.

Así nació la creencia de que Hermes era un personaje histórico real, acreditada y reforzada por el cristianismo, que lo consideró un profeta, un ángel o un demonio, según las distintas corrientes. Bajo dicha influencia se le atribuyeron libros en lengua griega, que serían reagrupados bajo el nombre de Corpus Hermeticum y pondrían los cimientos de la tradición denominada «hermética».

Tres veces grande

La genealogía clásica de este Hermes-Thot-Mercurio se remonta al periodo helenístico y comienza con Thot. Según la leyenda, un hijo de este dios egipcio fue el padre del segundo Hermes, el Trismegisto, cuyo hijo fue Tat. Apolonio de Rodas le convirtió en un antepasado de Pitágoras. Según otra traducción recogida por Plutarco, también la diosa Isis era hija de Hermes.

En cambio, en sus Instituciones divinas, el cristiano Lactancio sostuvo en el siglo III EC. que el Hermes egipcio, «aunque sólo fuese un hombre, tenía no obstante una gran antigüedad y estaba perfectamente dotado de toda clase de conocimientos; de manera que la sabiduría sobre muchos asuntos y artes le procuró el nombre de Trismegisto. Escribió gran cantidad de libros, referidos al conocimiento de las cosas divinas, donde reivindica la majestad del dios supremo y único Dios y hace mensión de ello recurriendo a los mismos nombres que utilizamos nosotros: Dios y Padre».

Las numerosas referencias a Hermes contenidas en las obras de Lactancio se explican por el hecho de que lo consideraba un aliado en la lucha contra la cultura pagana. En el siglo IV, San Agustín afirmó que Hermes era sobrino segundo de un contemporáneo de Moisés. Pero condenó obras suyas como el Asclepios, tachándolas de idolátricas.

En cualquier caso, no deja de reconocer la antigüedad de Trismegisto, afirmando en su De Civitate Dei que había vivido «mucho antes que los sabios y filósofos griegos» y que «se hizo famoso como experto en muchas artes, que enseñó también a los hombres, los cuales, por este motivo, creyeron que después de su muerte se había convertido en un dios».

Otra tradición diferencia entre tres Hermes e identifica al primero con el patriarca Enoch, al segundo con Noé y al tercero con Hermes-Thot, que habría vivido en Egipto después del Diluvio. Según ésta, el apelativo de «triple» o de «tres veces grande» se debería a que estaba en posesión de las «Tres dignidades que Dios confería: Rey, Filósofo y Profeta». El propio Hermes la atribuye al hecho de que posee las tres partes de la sabiduría del mundo.

Si los testimonios de los Padres de la Iglesia servían para acreditar la existencia y la antigüedad de Hermes-Thot-Mercurio, en el Medioevo se asiste a un dobre proceso, por una parte dirigido a ridiculizar y demonizar su figura, pero por otra a asumirlo como modelo de virtudes cristianas, hasta el extremo de asociarlo a la imagen de Cristo.

La identificación con el Cristo-Logos es temprana. Si en la mitología griega aparecía a veces como dios de los pastores, los autores cristianos le vieron como una prefiguración profética del Buen Pastor. Su función de guía de las almas de los difuntos permitió también presentarlo como un arcángel y un equivalente del dios egipcio Anubis, la deidad que «abre y muestra los caminos».

Otros autores cristianos lo retratan, en cambio, como un diablo. En el siglo IV, Sulpicius Severus narra cómo dos demonios se acercan a San Martín para atormentarlo: «Uno de ellos era Júpiter, el otro Mercurio». Y Mercurio era el más peligroso para este autor, según el cual el propio Satanás disfrutaba apareciéndose bajo esta identidad.

La tradición atribuyó a Hermes una cantidad increíble de libros, estrellas y sellos. Clemente de Alejandría hablaba de 42 libros, el sacerdote egipcio Manetón le atribuyó 36.525 y Seleuco, 20.000. Uno de los más misteriosos de este conjunto legendario sería El Libro de Thot, supuestamente redactado en época antediluviana, que contendría un ritual mágico capaz de transformar al hombre en «rey de la creación».

Un tema apreciado por la tradición alquímica, sobre todo árabe, explica cómo el primer Hermes o Thot, que vivió antes del Diluvio, habría hecho construir las pirámides (y la Esfinge) para depositar allí los secretos de la Sabiduría. Esta tradición árabe distingue un primer Idris-Thot, iniciador de los misterios de la Sabiduría que grabó los principios de la Ciencia Sagrada en los jeroglíficos; un segundo Hermes, que habría vivido en Babilonia después del Diluvio e iniciado a Pitágoras; y el tercero, padre de la Alquimia.

A esta vasta literatura atribuida a Hermes pertenece la célebre Tabla de Esmeralda, llamada así porque la leyenda sostiene que fue grabada por él mismo con una punta de diamante sobre una lámina de esmeralda. Dicha leyenda refiere que esta Tabla, escrita en árabe, habría sido descubierta por Alejandro Magno cuando consultó el Oráculo de Amón en el oasis de Siwa, descubriendo allí la tumba de Hermes y en su interior dicha Tabla. Según otra versión del relato, el mismo texto habría sido descubierto en las cavidades de la Gran Pirámide de Gizeh.

Una corriente de la tradición hermética que se remonta a Olimpiodoro y llega hasta el siglo XX, incluyendo a iniciados como Zósimo, Dom Antoine Joseph Pernety, Michael Maier y Julius Evola, hasta desembocar en la interpretación psicoanalítica de Carl G. Jung, considera que la mitología contiene un mensaje codificado con los principios de la Obra alquímica. «De Mercurio están compuestas todas las cosas, en tanto representa la materia, el principio y el fin de la Obra», dice Evola en su Tradición Hermética.

Unificador de los contrarios

El simbolismo de Hermes significa así tanto la dualidad como la unidad que la concilia y es, al mismo tiempo, lo material y lo espiritual, la fase de formación del Rebis, el Andrógino hermético, compuesto por Azufre y Mercurio, Macho y Hembra, Hermano y Hermana, como nos recuerdan las dos serpientes del Caduceo de este dios, que se entrelazan unificándose en torno a dicho cetro.

«Cuando el alquimista habla de Mercurio», explica Jung en Psicología y Alquimia, «se refiere exteriormente a la Plata Viva, pero interiormente al espíritu aprisionado en la materia, el Creador del Mundo (...) Mercurio es la Materia Prima, el nigredo; como dragón se devora a sí mismo y también muere para resurgir como Lapis Philosophorum» Es el juego de colores de la Cauda pavonis del Pavo Real y los Cuatro Elementos. Es el ser inicial hermafrodita, que después se escinde en la clásica pareja de hermano y hermana, para reaparecer en la figura radiante del lumen novum del Lapis. Es metal y no obstante, líquido, materia y espíritu, frío y ardiente, veneno y bebida saludable, «un símbolo unificador de los contrarios», el que brinda la coincidentia oppositorum.

7 de junio de 2009

Compositum de Compositis

El Compuesto de los Compuestos

Albertus Magnus


o ocultaré una ciencia que me ha sido revelada por la gracia de Dios; no la guardaré celosamente para mi solo, por temor de atraer su maldición. ¿Cuál es la utilidad de una ciencia conservada en secreto, de un tesoro escondido? La ciencia que he aprendido sin ficciones, os la transmito sin pena. La envidia trastorna todo, un hombre envidioso no puede ser justo ante Dios. Toda ciencia y toda sabiduría provienen de Dios; decir que procede del Espíritu Santo, es sencillamente un modo de expresarse. Nadie puede decir: Nuestro Señor Jesucristo sin indicar implícitamente: hijo de Dios Padre, por operación del Espíritu Santo. De igual manera esta ciencia de verdad no puede ser separada de Aquel que me la ha comunicado.

No he sido enviado para todos, sino tan sólo para quienes admiran al Señor en sus obras y a los que Dios ha juzgado dignos. Que quien tenga oídos para oír esta comunicación divina, recoja los secretos que me fueron transmitidos por la gracia de Dios y que no los revele jamás a quienes son indignos de ellos.

La Naturaleza debe servir de base y de modelo a la ciencia, por eso el Arte trabaja de acuerdo con la Naturaleza en todo lo que puede. Por tanto es menester que el artista observe la Naturaleza y opere como ella opera.

DE LA FORMACIÓN DE LOS METALES EN GENERAL POR EL AZUFRE Y EL MERCURIO

Se ha observado que la naturaleza de los metales, tal como la conocemos, es de ser engendrada de una manera general por el Azufre y el Mercurio. Tan sólo la diferencia de cocción y de digestión, produce la variedad en la especie metálica. Por mí mismo he observado que en un solo y único recipiente, es decir, en un mismo filón, la Naturaleza había producido varios metales y plata, diseminados por acá y por allá. En efecto, hemos demostrado claramente en nuestro Tratado de los minerales, que la generación de los metales es circular, con facilidad se pasa del uno al otro siguiendo un circulo; los metales vecinos tienen propiedades semejantes; por eso la plata se transforma más fácilmente en oro que cualquier otro metal.

No hay más, en efecto, que cambiar en la plata, sino el color y el peso, lo cual es fácil. Porque una sustancia de por sí compacta, aumenta fácilmente de peso. Y como contiene un azufre blanco amarillento, también su color será fácil de transformar.

Lo mismo sucede con los demás metales. El Azufre es, por decirlo así, su padre, y el Mercurio, su madre.

Aun es más verdadero si se dice que en la conjunción el Azufre representa el esperma del padre y que el Mercurio figura un menstruo coagulado, para formar la sustancia del embrión. El Azufre solo no puede engendrar, como sucede con el padre solo.

Así como el macho engendra de su propia sustancia mezclada con la sangre menstrual, así también el Azufre engendra con el Mercurio, pero solo no produce nada. Por medio de esta comparación, queremos dar a entender que el alquimista deberá, ante todo, quitar al metal la especificidad que le ha dado la Naturaleza, y después, que proceda como procedió la Naturaleza con el Mercurio y el Azufre preparados y purificados, siguiendo siempre el ejemplo de la Naturaleza.

DEL AZUFRE

El Azufre contiene tres principios húmedos.

El primero de esos principios es, sobre todo, aéreo e ígneo; se le encuentra en las partes externas del Azufre a causa de la misma gran volatilidad de sus elementos, que fácilmente se evaporan y consumen los cuerpos con los cuales se ponen en contacto.

El segundo principio es flemático, llamado también acuoso; se halla colocado inmediatamente debajo del precedente. El tercero es radical, fijo, adherente a las partes internas. Únicamente éste es general, y no se le puede separar de las otras sin destruir todo el edificio. El primer principio no resiste al fuego; siendo combustible, se consume en el fuego y calcina la sustancia del metal con el cual se calienta. Por tanto, no solo es inútil, sino que resulta hasta nocivo para el objeto que nos proponemos. El segundo principio no hace más que mojar los cuerpos, no engendra, tampoco puede servirnos. El tercero es radical, penetra todas las partículas de la materia que le debe sus propiedades esenciales. Hay que desembarazar al Azufre de los dos primeros principios a fin de que la sutilidad del tercero pueda servirnos para hacer un compuesto perfecto.

El fuego no es más que el vapor del Azufre; el vapor de Azufre bien purificado y sublimado blanquea y hace más compacto. Por eso los alquimistas hábiles tienen la costumbre de quitar al Azufre sus dos principios superfluos por medio de lavajes ácidos, tales como el vinagre de los limones, la leche agria, la leche de cabras o la orina de los niños. Lo purifican por levigación, digestión o sublimación. Finalmente, es preciso rectificarlo por resolución, de modo que no se tenga más que una sustancia pura que contenga la fuerza activa, perfectible y próxima al metal. Henos ahí en posesión de una parte de nuestra obra.

DE LA NATURALEZA DEL MERCURIO

El Mercurio encierra dos sustancias superfluas: la tierra y el agua. La sustancia terrosa tiene alguna propiedad del Azufre, el fuego la enrojece. La sustancia acuosa tiene una humedad superflua.

Con facilidad se desembaraza al Mercurio de sus impurezas acuosas y terrosas por sublimaciones y lavajes muy ácidos. La Naturaleza lo separa en el estado seco del Azufre y lo despoja de su tierra, por el calor del sol y de las estrellas.

Así obtiene ella un Mercurio puro, completamente libre de su sustancia terrosa, no conteniendo ya partes extrañas. Entonces lo une a un Azufre puro y produce al fin, en el seno de la tierra, metales puros y perfectos.

Si los dos principios son impuros, los metales son imperfectos. Por eso en las minas se hallan metales diferentes, lo que procede de la purificación y digestión variables de sus principios.

DEL ARSÉNICO

El Arsénico es de la misma naturaleza que el Azufre, ambos tienen de rojo y de blanco. Pero en el arsénico hay más humedad, y al fuego se sublima menos rápidamente que el Azufre.

Es sabido cuán velozmente se sublima el Azufre y cómo consume a todos los cuerpos, excepto el oro. El Arsénico puede unir su principio seco al del Azufre, se atemperan entre si, y una vez unidos se les separa con dificultad; su tintura es suavizada por esa unión.

"El Arsénico -dice Geber- contiene mucho mercurio y, por tanto, puede ser preparado como él". Sabed que el espíritu oculto en el azufre, el arsénico y el aceite animal es llamado por los filósofos Elixir blanco. Es único, miscible con la sustancia ígnea, de la cual extraemos el Elixir rojo; se une a los metales fundidos. Como lo hemos experimentado, los purifica, no sólo a causa de las propiedades precitadas, sino también porque existe una proporción común entre sus elementos.

Los metales difieren entre sí según la pureza o la impureza de la materia prima, es decir, del Azufre y del Mercurio, y también según el grado del fuego que les ha engendrado.

Según el filósofo, el elixir se llama también Medicina, porque se asimila el cuerpo de los metales al cuerpo de los animales. También decimos nosotros que hay un espíritu oculto en el Azufre, el arsénico y el aceite extraído de las sustancias animales. Ese es el espíritu que buscamos, con ayuda del cual teñiremos como perfectos todos los cuerpos imperfectos. Este espíritu es llamado Agua y Mercurio por los filósofos. "El Mercurio -dice Geber- es una medicina compuesta de seco y húmedo, de húmedo y seco". Tú comprendes la sucesión de estas operaciones: extraes la tierra del fuego, el aire de la tierra, el agua del aire, puesto que el agua puede resistir al fuego. Hay que fijarse en estas enseñanzas, son arcanos universales.

Ninguno de los principios que entran en la Obra tiene potencia por sí mismo; porque están encadenados en los metales, no pueden perfeccionar, ya no son fijos. Carecen de dos sustancias: la una, miscible con los metales en fusión; la otra, fija que pueda coagular y fijar. Por eso Rhazés dijo: "hay cuatro sustancias que cambian con el tiempo; cada una de ellas está compuesta por los cuatro elementos y toma el nombre del elemento dominante. Su esencia maravillosa se ha fijado en un cuerpo y con este último puede alimentarse a los demás cuerpos. Esta esencia se halla compuesta de agua y aire, combinados de tal suerte que el calor los licua. Ese es un secreto maravilloso. Los minerales empleados en Alquimia, para servirnos, deben tener una acción sobre los cuerpos fundidos. Las piedras que utilizamos son cuatro: dos tiñen de blanco y las otras dos de rojo. Aunque el blanco, el rojo, el Azufre, el Arsénico y Saturno, no tienen más que un mismo cuerpo. Mas en aquel único cuerpo, ¡cuántas cosas ocurren! Y en el primer momento carece de acción sobre los metales perfectos."

En los cuerpos imperfectos, hay un agua ácida, amarga, agria, necesaria en nuestro arte. Porque disuelve y mortifica a los cuerpos y después los revivifica y reconstituye. Dice Rhazés en su carta tercera:

"Aquellos que buscan nuestra Entelequia, preguntan de dónde proviene la amargura acuosa elemental. Les responderemos: de la impureza de los metales. Porque el agua contenida en el oro y la plata, es dulce, no disuelve, por el contrario, coagula y fortifica, porque no contiene ni acidez ni impureza como los cuerpos imperfectos."

Por eso dijo Geber: "Se calcina y se disuelve el oro y la plata sin utilidad, porque nuestro vinagre se saca de cuatro cuerpos imperfectos; ese espíritu mortificante y disolvente es lo que mezcla las tinturas de todos los cuerpos que empleamos en la obra. No necesitamos más que esta agua, poco nos importan los demás espíritus."

Geber tiene razón; no podemos hacer nada con una tintura a la que el fuego altera; todo lo contrario, es menester que el fuego le dé la excelencia y la fuerza para que ella pueda hallarse con los metales fundidos. Es preciso que fortifique, que fije, que a pesar de la fusión permanezca íntimamente unida al metal.

Agregaré que de los cuatro cuerpos imperfectos se puede extraer todo. En cuanto al modo de preparar el Azufre, el Arsénico y el Mercurio, indicado más arriba, podemos darlo aquí.

En efecto, cuando en esta preparación calentamos el espíritu del azufre y del arsénico con aguas ácidas o aceite, para extraer de él la esencia ígnea, el aceite, la untuosidad, les extraemos lo superfluo que en ellos existe; nos queda la fuerza ígnea y el aceite, las únicas cosas que nos son útiles; pero están mezcladas con el agua ácida que nos servía para purificar, no hay medio de separarlas de ella; pero por lo menos nos hemos desembarazado de lo inútil. Es necesario, por tanto, hallar otro medio para extraer de esos cuerpos el agua, el aceite y el espíritu más sutil del azufre, que es la verdadera tintura muy activa que tratamos de obtener. De suerte que trabajaremos esos cuerpos separando por descomposición o también por destilación, sus partes componentes naturales, y así llegaremos a las partes simples. Algunos, ignorando la composición del Magisterio, quieren trabajar sólo sobre el Mercurio, pretendiendo sostener que tiene un cuerpo, un alma y un espíritu y que es la materia prima del oro y de la plata. Es preciso contestarles que es cierto que algunos filósofos afirman que la obra se hace de tres cosas, el espíritu, el alma y el cuerpo, sacadas de una sola. Mas por otra parte, no se puede encontrar en una cosa lo que no existe en ella. Por cuanto el Mercurio no contiene la tintura roja, por lo tanto no puede él solo bastar para formar el cuerpo del Sol; con sólo el Mercurio nos sería imposible llevar la Obra a buen fin. La Luna por sí sola no puede bastar, y no obstante este cuerpo es, por decir así, la base de la obra.

De cualquier modo que sea trabajado y transformado el Mercurio, jamás podrá constituir el cuerpo. También dicen: "Se encuentra en el Mercurio un azufre rojo de manera que encierra la tintura roja". ¡Error!. El Azufre es el padre de los metales, no se encuentra nunca en el Mercurio, que es hembra.

Una materia pasiva no puede fecundarse a sí misma. El Mercurio contiene, sí, un Azufre, pero como ya lo hemos dicho, es un azufre terrestre. Fijémonos finalmente en que el Azufre no puede soportar la fusión; entonces el Elixir no puede extraerse de una sola cosa.

DE LA PUTREFACCIÓN

El fuego engendra la muerte y la vida. Un fuego vivo deseca el cuerpo. He aquí la razón; al llegar el fuego al contacto con un cuerpo, pone en movimiento al elemento semejante a él que en dicho cuerpo existe.

Ese elemento es el calor natural. Este excita al fuego extraído en primer lugar del cuerpo; hay conjunción y la humedad radical del cuerpo sube a su superficie mientras el fuego obra en el exterior. En cuanto desaparece la humedad radical que unía las diversas porciones del cuerpo, éste muere, se disuelve, se resuelve: todas sus partes se separan las unas de las otras. El fuego obra aquí como un instrumento cortante. Aunque por sí mismo deseca y contrae, no puede hacerlo tanto como cuando hay en el cuerpo una cierta predisposición, sobre todo si el cuerpo es compacto como lo es un elemento. Este último carece de un mixto aglutinante, que se separaría del cuerpo después de la corrupción.

Todo esto puede hacerse por el sol, porque es de una naturaleza cálida y húmeda con relación a los demás cuerpos.

DEL RÉGIMEN DE LA PIEDRA

Hay cuatro regímenes de la Piedra: 1º descomponer; 2º lavar; 3º reducir; 4º fijar. En el primer régimen se separan las naturalezas, porque sin división, sin purificación, no puede haber conjunción. Durante el segundo régimen, los elementos separados son lavados, purificados y llevados al estado simple. En el tercero se cambia nuestro Azufre en cantera del Sol, de la Luna y de los otros metales. En el cuarto, todos los cuerpos anteriormente extraídos de nuestra Piedra son unidos, recompuestos y fijados, para permanecer en adelante formando un conjunto.

Hay quienes cuentan cinco grados en el Magisterio: 1º resolver las sustancias en su materia prima; 2º llevar nuestra tierra, es decir, la magnesia negra, a ser aproximadamente de la naturaleza del Azufre y del Mercurio; 3º hacer que el Azufre se aproxime todo lo posible a la materia mineral del Sol y de la Luna; 4º componer de varias cosas un Elixir blanco; 5º quemar perfectamente el Elixir blanco, darle el color del cinabrio y partir de ahí para hacer el Elixir rojo.

En fin, los hay que cuentan cuatro grados en la Obra, otros tres, y otros tan sólo dos. Estos últimos cuentan así: 1º puesta en obra y purificación de los elementos; 2º conjunción.

Fíjate bien en lo que sigue: la materia de la Piedra de los Filósofos es de poco precio; se la encuentra todas partes, es un agua viscosa como el mercurio que se extrae de la tierra. Nuestra agua viscosa se halla en todas partes, hasta en las Letrinas, han dicho ciertos filósofos, y algunos imbéciles, tomando sus palabras al pie de la letra, la han buscado en los excrementos.

La naturaleza obra sobre esa materia quitándole algo, su principio terroso, y añadiéndole algo, el Azufre de los Filósofos, que no es el azufre del vulgo, sino un Azufre invisible, tintura del rojo. Para decir verdad, es el espíritu del vitriolo romano. Prepáralo así: toma salitre y vitriolo romano, dos libras de cada uno; muélelo finamente en el mortero. Aristóteles tiene, pues, razón cuando dice en su cuarto libro de los meteoros: "Todos los alquimistas saben que no se puede, de ningún modo, cambiar la forma de los metales si antes no se los reduce a materia prima". Lo cual es fácil, como pronto se verá.

El Filósofo dice que no se puede ir de una extremidad a la otra sin pasar por el medio. En una extremidad de nuestra piedra filosofal se hallan dos antorchas, el oro y la plata, y en la otra extremidad el elixir perfecto o tintura. En el medio el aguardiente filosófico, naturalmente purificado, cocido y digerido. Todas estas cosas están próximas a la perfección y son preferibles a los cuerpos de naturaleza más alejada. De igual modo que por medio del calor el hielo se resuelve en agua, por haber sido antes agua, asimismo los metales se resuelven en su materia prima que es nuestro Aguardiente. La preparación está indicada en los siguientes capítulos. Sólo él puede reducir todos los cuerpos metálicos a su materia prima.

DE LA SUBLIMACIÓN DEL MERCURIO

En nombre del Señor, procúrate una libra de mercurio puro procedente de la mina. Por otra parte, toma vitriolo romano y sal común calcinada, machácalo en el mortero y mezcla íntimamente. Pon estas dos últimas materias en un vaso ancho de barro vidriado, al fuego suave hasta que la materia comience a fundirse y licuarse. Entonces toma tu mercurio mineral, ponlo en un recipiente de cuello largo y viértelo gota a gota sobre el vitriolo y la sal en fusión. Remueve con una espátula de madera, hasta que el Mercurio haya sido devorado por entero y que no queden ya trazas de él. Cuando haya desaparecido por completo, deseca la materia a fuego suave durante la noche. Al otro día por la mañana tomarás la materia bien desecada y la pulverizarás finamente sobre una piedra. Pondrás la materia pulverizada en el recipiente sublimatorio llamado aludel, para sublimarla según el arte. Pondrás el capitel y untarás las junturas con masilla filosófica a fin de que el Mercurio no pueda escaparse. Colocarás el aludel sobre su hornillo y lo fijarás de modo que no pueda inclinarse y que se mantenga bien derecho; entonces encenderás un fuego muy suave durante cuatro horas para quitar la humedad del mercurio y del vitriolo; después de la evaporación de la humedad, aumenta el fuego para que la materia blanca y pura del mercurio se separe de sus impurezas, y esto durante cuatro horas; verás si esto basta introduciendo una varilla de madera en el sublimatorio por la abertura superior, haciéndola descender hasta la materia, y sentirás si la materia blanca del mercurio está superpuesta a la mezcla. Si esto sucede, quita la varilla, cierra la abertura del capitel con masilla para que el mercurio no pueda escaparse, y aumenta el fuego de modo que la materia blanca del mercurio se eleve sobre las heces, hasta el aludel; esto durante cuatro horas. Calienta por fin con leña para obtener llamas, es preciso que el fondo del recipiente y el residuo se pongan rojos; continúa así mientras quede algo de sustancia blanca del mercurio adherida a las heces. La fuerza y la violencia del fuego concluirán por separarla. Quita entonces el fuego y deja enfriar el hornillo y la materia durante la noche.

Al otro día retira el recipiente del hornillo, quita la masilla con precaución para no ensuciar el Mercurio, abre el aparato; si encuentras una materia blanca, sublimada, pura, compacta y pesada, has tenido éxito. Pero si tu sublimado fuese esponjoso, ligero y poroso, recógelo y comienza otra vez la sublimación sobre el residuo, agregando de nuevo sal común pulverizada; opera en el mismo recipiente sobre su hornillo, del mismo modo, con el mismo grado de fuego que antes. Abre entonces el recipiente, ve si el sublimado es blanco, compacto y denso, recógelo y ponlo a un lado cuidadosamente para servirte de él cuando lo necesites a fin de terminar la Obra. Mas si no se presentara todavía tal como debe ser, te será preciso sublimarlo una tercera vez hasta que lo obtengas puro, compacto, blanco y pesado.

Fíjate que por esta operación has despojado al Mercurio de dos impurezas. Ante todo, le has quitado toda su humedad superflua; en segundo lugar, lo desembarazaste de sus partes terrosas impuras, que quedaron en las heces; así lo has sublimado en una sustancia clara y semifija.

Ponlo aparte como se te ha recomendado.

DE LA PREPARACIÓN DE LAS AGUAS,
DE LAS QUE SACARÁS EL AGUARDIENTE

AGUA PRIMERA


Toma dos libras de vitriolo romano, dos libras de salitre y una libra de alumbre calcinado. Machácalo bien, mezcla perfectamente, ponlo en un alambique de vidrio, destila el agua de acuerdo con las reglas ordinarias, cerrando bien las junturas por temor de que se escapen los espíritus. Comienza con un fuego suave, después calienta más fuertemente; calienta en seguida con madera hasta que el aparato se ponga blanco, de suerte que destilen todos los espíritus. Cesa entonces el fuego, deja que se enfríe el hornillo; aparta cuidadosamente esta agua, porque es el disolvente de la Luna; consérvala para la Obra, ella disuelve la plata y la separa del oro, calcina el Mercurio y las flores de Marte; comunica a la piel del hombre una coloración morena que se va con dificultad. Es el agua prima de los filósofos, es perfecta en el primer grado. Prepararás tres litros de esta agua.

AGUA SEGUNDA,
PREPARADA POR LA SAL AMONIACO


En nombre del Señor, toma una libra de agua prima y disuelve cuatro lotes de sal amoníaco pura e incolora; hecha la disolución, el agua ha cambiado de color, adquiriendo otras propiedades. El agua prima era verdosa, disolvía la Luna, no tenía acción sobre el Sol; pero en cuanto se le agrega la sal amoniaco toma un color amarillo, disuelve el oro, el Mercurio, el Azufre sublimado y comunica una fuerte coloración amarilla a la piel del hombre. Conserva preciosamente esta agua, porque a continuación nos servirá.

AGUA TERCERA,
PREPARADA POR MEDIO DEL
MERCURIO SUBLIMADO


Toma una libra de agua segunda y once lotes de Mercurio sublimado (por el vitriolo romano y la sal) bien preparado y bien puro. Verterás poco a poco el Mercurio en el agua segunda. Después sellarás el orificio del matraz, por temor de que se escape el espíritu del Mercurio. Colocarás el matraz sobre cenizas templadas, y el agua comenzará en seguida a obrar sobre el Mercurio, disolviéndolo e incorporándoselo. Dejarás el matraz sobre las cenizas calientes, no deberá quedar un exceso de agua, y será preciso que el Mercurio sublimado se disuelva por completo. El agua obra por inhibición sobre el Mercurio hasta que lo disuelve.

Si el agua no ha podido disolver todo el Mercurio, tomarás el que haya quedado en el fondo del recipiente, lo desecarás a fuego lento, pulverizarás y lo disolverás en una nueva cantidad de agua segunda. Harás de nuevo esta operación hasta que todo el Mercurio sublimado se haya disuelto en el agua. Reunirás en una sola todas esas soluciones en un frasco bien limpio de vidrio, del cual taparás perfectamente la boca con cera. Ponlo cuidadosamente aparte. Porque ésa es nuestra agua tercera, filosófica, espesa, perfecta en el tercer grado. Es la madre del Aguardiente que reduce todos los cuerpos a su materia prima.

AGUA CUARTA
QUE REDUCE LOS CUERPOS CALCINADOS
A SU MATERIA PRIMA


Coge agua tercera mercúrica, perfecta en el tercer grado, límpida y ponla a putrificar en el vientre del caballo en un matraz limpio, de cuello largo, bien cerrado, durante catorce días.

Deja fermentar; las impurezas caen al fondo y el agua pasa del amarillo al rojo. En este momento retirarás el matraz y lo pondrás sobre cenizas a un fuego muy suave, adaptándole un capitel de alambique con su recipiente. Comienza lentamente la destilación. Lo que pasa gota a gota es nuestro Aguardiente muy límpido, puro y pesado. Leche virginal. Vinagre muy agrio.

Continúa suavemente el fuego hasta que todo el aguardiente haya destilado tranquilamente; cesa entonces el fuego, deja que el hornillo se enfríe y conserva con cuidado tu agua destilada. Ese es nuestro Aguardiente, Vinagre de los filósofos, Leche virginal que reduce los cuerpos a su materia prima. Se le ha dado una infinidad de nombres.

He aquí las propiedades de esta agua: una gota depositada sobre una lámina de cobre caliente, la penetra en seguida y deja en ella una mancha blanca. Echada sobre carbones, emite humo; en el aire se congela y parece hielo. Cuando se destila esta agua, las gotas no pasan siguiendo todas el mismo camino, sino que unas pasan por un lado y otras por otro. No actúa sobre los metales como el agua fuerte, corrosiva, que los disuelve, sino que reduce a Mercurio todos los cuerpos que baña, como más adelante lo verás.

Después de la putrefacción, la destilación y la clarificación, es pura y más perfecta, despojada de todo principio sulfuroso ígneo y corrosivo. No es un agua que corroe, no disuelve los cuerpos, los reduce a Mercurio. Debe esta propiedad al Mercurio primitivamente disuelto y purificado en el tercer grado de la perfección. No contiene ya heces ni impurezas terrosas. La última destilación las ha separado, las impurezas negras quedaron en el fondo del alambique. El color de esta agua es azul, límpida y rosada; ponla aparte. Porque reduce todos los cuerpos calcinados y podridos, a su materia prima radical o mercurial.

Cuando quieras reducir con esta agua los cuerpos calcinados, prepara así dichos cuerpos.

Toma un marco del cuerpo que tú quieras, Sol o Luna; límalo suavemente. Pulveriza bien esta limadura sobre una piedra con sal común preparada. Separa la sal disolviéndola en agua caliente; la cal pulverizada caerá al fondo del líquido; decanta. Seca la cal, mójala tres veces con aceite tártaro, dejando cada vez que la cal absorba todo el aceite; pon en seguida la cal en un pequeño matraz; viértele encima aceite de tártaro, de modo que el líquido tenga un espesor de dos dedos, cierra entonces el matraz, ponlo a putrificar en el vientre del caballo durante ocho días; después toma el matraz, decanta el aceite y deseca la cal. Hecho esto, pon la cal en un peso igual al de nuestro Aguardiente; cierra el matraz y deja digerir a un fuego muy suave hasta que toda la cal se haya convertido en Mercurio. Decanta entonces el agua con precaución, recoge el Mercurio corporal, ponlo en una vasija de vidrio; purifícalo con agua y sal común, deseca según las reglas, colócalo en un lienzo fino y exprímelo en gotitas. Si pasa todo, está bien. Si queda alguna porción del cuerpo amalgamado, a causa de que la disolución no ha sido completa, pon ese residuo con una nueva cantidad de agua bendita. Piensa que la destilación del agua debe hacerse al baño de María; para el aire y el fuego, se destilará sobre cenizas calientes. El agua debe ser extraída de la sustancia húmeda y no de otra parte; el aire y el fuego deben ser sacados de la sustancia seca y no de otra.

PROPIEDADES DE ESTE MERCURIO

Es menos móvil, corre menos de prisa que el otro Mercurio; deja trazas de su cuerpo fijo en el fuego; una gota puesta sobre una lámina calentada al rojo, deja un residuo.

MULTIPLICACIÓN DEL MERCURIO FILOSÓFICO

Cuando tengas tu Mercurio filosófico, toma de él dos partes y una parte de la limadura mencionada más arriba; haz una amalgama moliéndolo todo junto hasta una unión perfecta. Pon esta amalgama en un matraz, cierra bien el orificio y colócalo sobre las cenizas a un fuego moderado. Todo se convertirá en Mercurio. Así podrás aumentarlo hasta el infinito, porque como la cantidad volátil sobrepasa siempre a la cantidad de fijo, lo aumenta indefinidamente, comunicándole su propia Naturaleza y siempre habrá bastante.

Ahora tú sabes preparar el Aguardiente, conoces sus grados y propiedades, conoces la putrefacción de los cuerpos metálicos, su reducción a la materia prima, y la multiplicación de la materia hasta el infinito. Te he explicado claramente lo que todos los filósofos han ocultado con cuidado.

PRÁCTICA DEL MERCURIO DE LOS SABIOS

No es el Mercurio del vulgo, es la materia prima de los filósofos. Es un elemento acuoso, frío, húmedo, es un agua permanente, es el espíritu del cuerpo, vapor graso, Agua bendita, Agua fuerte, Agua de los sabios, Vinagre de los filósofos, Agua mineral, Rocío de la gracia celeste; tiene muchos otros nombres más, y si bien son diferentes, designan todos a una misma y única cosa, que es el Mercurio de los filósofos, es la fuerza de la Alquimia; sólo él puede servir para hacer la tintura blanca y la roja, etcétera.

Toma, pues en nombre de Jesucristo, nuestro M. venerable, Agua de los filósofos, Hylé primitivo de los sabios; es la piedra que se te ha descubierto en este tratado, es la materia prima del cuerpo perfecto, como lo has adivinado. Pon tu materia en un hornillo, en un recipiente limpio, claro, transparente y redondo, del cual sellarás herméticamente el orificio, de suerte que nada pueda escaparse.

Tu materia será colocada sobre un lecho bien plano ligeramente caliente; allí lo dejarás un mes filosófico; mantendrás el calor siempre igual, mientras el sudor de la materia se sublime, hasta que no sude más, que no suba nada, que nada baje, que comience a pudrirse, a sofocarse, a coagularse y a fijarse, como consecuencia de la constancia del fuego.

Ya no se elevará más substancia aérea humeante y nuestro Mercurio quedará en el fondo, seco, despojado de su humedad, podrido, coagulado, convertido en una tierra negra, que se llama Cabeza negra del cuervo, elemento seco terroso.

Cuando hayas hecho esto, habrás llevado e cabo la verdadera sublimación de los Filósofos, durante la cual has recorrido todos los grados precitados: sublimación del Mercurio, destilación, coagulación, putrefacción, calcinación y fijación, en un solo matraz y en un solo hornillo, como se ha dicho.

En efecto, cuando nuestra piedra está en su recipiente, y ella se eleva, se dice entonces que hay sublimación o ascensión. Pero cuando en seguida cae de nuevo al fondo, se dice que hay destilación o precipitación. Más adelante, cuando después de la sublimación y la destilación, nuestra Piedra comienza a pudrirse y a coagularse, es la putrefacción y la coagulación; finalmente, cuando se calcina y fija por privación de su humedad radical acuosa, es la calcinación y fijación; todo esto se efectúa por el solo acto de calentar, en un solo hornillo y en un solo recipiente, como se ha dicho.

Esta sublimación constituye una verdadera separación de los elementos, según los filósofos: "El trabajo de nuestra piedra no consiste más que en la separación y conjunción de los elementos; porque en nuestra sublimación el elemento acuoso frío y húmedo se convierte en elemento terroso, seco y cálido. De esto se desprende que la separación de los elementos de nuestra piedra no es vulgar; sino filosófica; nuestra única sublimación muy perfecta, basta, en efecto, para separar los elementos; en nuestra piedra no hay más que la forma de dos elementos, el agua y la tierra, que contienen virtualmente a los otros dos. La Tierra encierra virtualmente al Fuego, a causa de su sequedad; el Agua contiene virtualmente el Aire a causa de su humedad. Por lo tanto, es bien evidente que si nuestra piedra no tiene en ella más que la forma de dos elementos, encierra virtualmente. a los cuatro".

También ha dicho un filósofo: "No hay separación de los cuatro elementos en nuestra Piedra, como lo creen los imbéciles. Nuestra naturaleza encierra un arcano muy oculto del cual se ven la fuerza y la potencia, la tierra y el agua. Encierra otros dos elementos, el aire y el fuego, pero no son ni visibles, ni tangibles, no se les puede representar, nada les descubre, se ignora su poder, que no se manifiesta más que en los otros dos elementos, tierra y agua, cuando el fuego cambia los colores durante la cocción".

He aquí que por la gracia de Dios tienes el segundo componente de la Piedra Filosofal, que es la Tierra negra, Cabeza de cuervo, madre, corazón y raíz de los otros colores. De esta tierra, como de un tronco, nace todo el resto. Este elemento terroso y seco, ha recibido en los libros de los filósofos numerosos nombres, todavía se le llama Latón inmundo, Residuo negro, Bronce de los filósofos, Nummus, Azufre negro, Macho, Esposo, etcétera. A pesar de esta infinita variedad de nombres, es siempre una misma y única cosa, sacada de una sola materia.

Como consecuencia de esa privación de humedad, causada por la sublimación filosófica, el volátil se ha convertido en fijo, el blando en duro, y el acuoso se ha hecho terroso, según Geber. Es la metamorfosis de la naturaleza, el cambio del agua en fuego, según la Turba. Es también el cambio de las constituciones frías y húmedas, en constituciones biliosas, secas, según los médicos. Aristóteles dice que el espíritu ha tomado un cuerpo, y Alphidius que el líquido se ha hecho viscoso. Lo oculto se ha hecho manifiesto, dice Rudianus en el Libro de las tres palabras. Ahora se comprende a los filósofos cuando dicen: "Nuestra Gran Obra no es otra cosa que una permutación de las naturalezas, una evolución de los elementos". Es bien evidente que a causa de esta privación de humedad, secamos la piedra, lo volátil se hace fijo, el espíritu se hace corporal, el líquido se vuelve sólido, el fuego se convierte en agua, y el aire en tierra. Así hemos cambiado las verdaderas naturalezas siguiendo un cierto orden, hemos hecho girar a los cuatro elementos en círculo, hemos permutado sus Naturalezas. ¡Que Dios sea eternamente bendito! Amén.

Pasemos ahora, con permiso de Dios, a la segunda operación que es el blanqueo de nuestra tierra pura. Toma, pues, dos partes de tierra fija o Cabeza de cuervo; muélela finamente y con precaución en un mortero excesivamente limpio, agrégale una parte del Agua filosófica que tú sabes (es el agua que apartaste). Aplícate a unirlas, embebiendo poco a poco a la tierra seca, hasta que haya saciado su sed; muele y mezcla tan bien, que la unión del cuerpo, del alma y del agua sea perfecta e íntima: Hecho esto, meterás todo en un matraz herméticamente cerrado a fin de que nada se escape, y lo depositarás sobre su pequeño lecho liso, tibio, siempre caliente para que al sudar desembarace sus entrañas del líquido que bebió. Allí lo dejarás ocho días, hasta que la tierra blanquee en parte. Entonces tomarás la Piedra, la pulverizarás, la empaparás de nuevo con la Leche virginal, removiendo, hasta que haya apagado su sed; volverás a ponerla en el matraz sobre su pequeño lecho tibio, para que sudando se deseque, como se dijo más arriba. Repetirás cuatro veces esta operación, siguiendo el mismo orden: imbibición de la tierra por el agua hasta la perfecta unión, desecación, calcinación. De ese modo habrás cocido suficientemente la tierra de nuestra piedra muy preciosa. Siguiendo este orden: cocción, pulverización, imbibición por el agua, desecación y calcinación, has purificado suficientemente la Cabeza de Cuervo, la tierra negra y fétida, la has conducido a la blancura por el poder del fuego, del calor y del Agua blanqueadora. Recoge tu tierra blanca y ponla cuidadosamente a un lado, porque es un bien precioso, es la Tierra foliácea blanca, Azufre blanco, Magnesia blanca, etc. Morienus habla de ella cuando dice... "Poned a pudrir esta tierra con su agua, para que se purifique y con la ayuda de Dios terminaréis el Magisterio". Hermes dice también que el Azoth lava al Latón y le despoja de todas sus impurezas.

En esta última operación hemos reproducido la verdadera conjunción de los elementos, porque el agua se ha unido a la tierra y el aire al fuego. Es la unión del hombre y la mujer, del macho y de la hembra, del oro y de la plata, del Azufre seco y del Agua celeste impura. También ha habido resurrección de los cuerpos muertos. Por eso ha dicho el filósofo: "Que aquellos que no saben matar y resucitar, abandonen el arte". Y en otro sitio: "Aquellos que saben matar y resucitar sacarán provecho de nuestra ciencia. Aquel que sepa hacer esas dos Cosas será el Príncipe del Arte". Otro filósofo ha dicho: "Nuestra Tierra seca no dará ningún fruto, si no es profundamente embebida por su Agua de lluvia. Nuestra tierra seca tiene una gran sed, cuando ha comenzado a beber, bebe hasta las heces". Otro ha expresado: "Nuestra Tierra bebe el agua fecundante que aguardaba, apaga en sed, y después produce centenares de frutos". Se encuentran muchos otros parajes semejantes en los libros de los filósofos; pero están en forma de parábola, para que los malos no puedan entenderlos. Por la gracia de Dios, tú ahora posees nuestra Tierra blanca foliácea, preparada para sufrir la fermentación que le dará el aliento. También ha dicho el filósofo: "Blanquead la tierra negra antes de agregarle el fermento". Otro ha dicho: "Sembrad vuestro oro en la Tierra foliácea blanca... y ella os dará fruto centuplicado". Gloria a Dios. Amén.

Pasemos a la tercera operación, que es la fermentación de la Tierra blanca. No es preciso animar el cuerpo muerto y resucitarle, para multiplicar su potencia al infinito y hacerlo pasar al estado de Elixir perfecto blanco, que cambia al Mercurio en Luna perfecta y verdadera. Fíjate que el fermento no puede penetrar el cuerpo muerto si no es por medio del agua que hace el casamiento y sirve de logo entre tierra blanca y el fermento. Por eso en toda fermentación hay que cuidar el peso de cada cosa. Por tanto, si quieres poner a fermentar la Tierra foliácea blanca para transformarla en Elixir blanco que encierre un exceso de tintura, te es preciso tomar tres partes de Tierra blanca o Cuerpo muerto foliáceo y dos partes del Aguardiente que habías reservado, y una parte y media de fermento. Prepara este fermento de modo tal que esté reducido a una cal blanca tenue y fija, si quieres hacer el elixir blanco. Si quieres hacer el elixir rojo, sírvete de cal de oro muy amarillo, preparada según el arte. No hay más fermentos que ésos. El fermento de la plata es la plata y el del oro es el oro; así pues, no busques por otro lado. La razón de ello es que esos dos cuerpos son luminosos y encierran rayos deslumbradores, que comunican a los otros cuerpos la verdadera rojez y blancura. Son de una naturaleza semejante a la del Azufre más puro de la materia, de la especie de las piedras.

De manera que deberás extraer cada especie de su especie y cada género de su género. La obra al blanco tiene por objeto blanquear, la obra al rojo enrojecer. Sobre todo no mezcles las dos Obras, si no, no harás nada de provecho.

Todos los filósofos dicen que nuestra Piedra se compone de tres cosas: el cuerpo, el espíritu y el alma. Ahora bien: la tierra blanca foliácea es el cuerpo, el fermento es el alma que le da la vida, y el agua intermediaria es el espíritu. Reúne esas tres cosas en una por el casamiento moliéndolas bien en una piedra limpia, en forma que se unan en sus más ínfimas partículas, constituyendo un caos confuso. Cuando del todo hayas hecho un solo cuerpo, lo pondrás suavemente en un recipiente especial, que colocarás sobre su lecho caliente para que la mezcla se coagule, se fije y se ponga blanca. Tomarás esta piedra blanca bendita, la molerás finamente sobre una piedra bien limpia, la mojarás con una tercera parte de su peso de agua para calmar su sed. En seguida la volverás a poner en el matraz claro y limpio sobre su pecho templado y caliente para que Comience a sudar, a devolver su agua, y finalmente dejaras que sus entrañas se desequen. Repite varias veces hasta que, por este procedimiento, hayas preparado nuestra muy excelente Piedra blanca, fija, que penetra las más pequeñas partes de los cuerpos muy rápidamente, fluyendo como el agua fija cuando se la pone sobre el fuego, convirtiendo los cuerpos imperfectos en plata verdadera, en todo comparable con la plata natural. Ten en cuenta que si repites varias veces todas esas operaciones en el mismo orden: disolver, coagular, moler y cocer, tu Medicina será tanto mejor, y su excelencia aumentará de más en más. Cuanto más trabajes tu Piedra para aumentar su virtud, tanto más rendimiento obtendrás cuando hagas la proyección sobre los cuerpos imperfectos. De suerte que, si después de una operación una parte del Elixir convierte cien partes de cualquier cuerpo en Luna, después de dos operaciones convertirá mil; después de tres, diez mil; después de cuatro, cien mil; después de cinco, un millón y después de seis operaciones millares de miles, y así sucesivamente hasta el infinito. Por eso los adeptos todos elogian la gran máxima de los filósofos sobre la perseverancia para repetir esta operación. Si hubiera bastado una imbibición, no hubiesen discurrido tanto sobre este tema. Que las gracias sean dadas a Dios. Amén.

Si deseas cambiar esa Piedra gloriosa, ese Rey blanco que transmuta y tiñe el Mercurio y todos los cuerpos imperfectos en verdadera Luna; si deseas, digo, convertirla en Piedra roja que transmuta y tiñe el Mercurio, la Luna y los demás metales en verdadero Sol, obra así: Toma la Piedra blanca y divídela en dos partes: la una podrás aumentarla el estado de elixir blanco con su Agua blanca, como se ha dicho antes, de modo que tendrás de ella indefinidamente. La otra la pondrás en el nuevo lecho de los filósofos, puro, limpio, transparente y esférico, colocando todo en el hornillo de digestión. Aumentarás el fuego hasta que por su fuerza y su poder la materia se haya transformado en una piedra muy roja, que los filósofos llaman Sangre. Oro púrpura, Coral rojo o Azufre rojo. Cuando veas ese color, y que el rojo sea tan brillante como el azafrán seco calcinado, entonces toma alegremente al Rey y ponle preciosamente aparte. Si deseas convertirle en tintura del muy poderoso Elixir rojo, que transmuta y tiñe el Mercurio, la Luna y cualquier otro metal imperfecto en Sol muy verdadero, pon a fermentar tres partes, con una parte y media de oro muy puro en estado de cal sutil y bien amarilla, y dos partes de Agua solidificada. Haz con ella una mezcla perfecta de acuerdo con las reglas del Arte, hasta que no distingas más sus componentes. Vuélvelo a colocar en el matraz sobre un fuego que madure, para darle la perfección. En cuanto aparezca la verdadera Piedra sanguínea roja, agregarás gradualmente Agua sólida.

Poco a poco aumentarás el fuego de digestión. Acrecentarás su perfección repitiendo la operación. Es necesario agregar cada vez Agua sólida (que tú guardaste), que conviene a su naturaleza; multiplica su potencia hasta el infinito, sin cambiar nada de su esencia. Una parte de Elixir perfecto en el primer grado, proyectada sobre cien partes de Mercurio (lavado con vinagre y sal, como debes saberlo) colocada en un crisol a fuego suave, hasta que aparezcan vapores, la transmuta de inmediato en verdadero Sol mejor que el natural. Lo mismo sucede reemplazando el Mercurio por la Luna.

Para cada grado de mayor perfección del Elixir, resulta como para el Elixir blanco, hasta que por fin tiña de Sol cantidades infinitas de Mercurio y de Luna. Ahora tú posees un precioso arcano, un tesoro infinito. Por eso dicen los filósofos: "Vuestra Piedra tiñe tres colores, es negra al principio, blanca en el medio y roja al fin". Un filósofo ha dicho: "El calor, actuando primeramente sobre lo húmedo engendra la negrura, su acción sobre lo seco engendra la blancura y sobre ésta engendra la rojez. Porque la blanca no es más que la privación completa de negrura. El blanco, fuertemente condensado por la fuerza del fuego, engendra el rojo". Todos vosotros, buscadores que trabajáis el Arte -ha dicho otro sabio-, cuando veáis aparecer el blanco en el recipiente, sabed que el rojo está oculto en ese blanco. Os es preciso extraerlo de él y para eso calentar fuertemente hasta la aparición del rojo”.

Ahora, demos gracias a Dios, sublime y glorioso Soberano de la Naturaleza, que ha creado esta sustancia y le ha dado una propiedad que no se halla en ningún otro cuerpo. Ella es la que, puesta sobre el fuego, entabla combate con él y le resiste valientemente. Todos los demás cuerpos huyen o son exterminados por el fuego.

Recoged mis palabras, fijaos cuántos misterios encierran, porque en este corto tratado he reunido y explicado lo que hay más secreto en la Alquimia; todo está dicho en él sencilla y claramente, no he omitido nada, todo se encuentra brevemente indicado, y tomo a Dios por testigo de que en los libros de los Filósofos no se puede hallar nada mejor de lo que os he dicho. Por eso te lo suplico, no confíes este tratado a nadie, no lo dejes caer en manos impías, porque encierra los secretos de los filósofos de todos los siglos. Tal cantidad de preciosas perlas no debe ser echada a los puercos y a los indignos. Si, no obstante, eso sucediera, ruego entonces a Dios todopoderoso que tú no consigas terminar jamás esta Obra divina.

Bendito sea Dios, Uno en Tres Personas.